Kundalini
Autor(a): Edgardo Sibajaraya
Jueves, cinco cincuenta y cinco de una tarde de tormenta eléctrica y aguaceros. Él caminaba, o más bien, arrastraba su cuerpo por las sucias calles de un saturado San José. Solo tenía que dar vuelta al norte justo al frente del San Juan y desplazarse otros doscientos metros más hasta las paradas de su bus. Le tenía pánico a los rayos, así que para contrarrestar el estruendo se ponía sus audífonos y le daba reproducir a la música más ruidosa que tuviera en su librería. Como si fuera poco, tenía que andar su paraguas chocando con un mar de personas que no saben caminar con paraguas. Odiaba los rayos, odiaba la lluvia, odiaba tener sus manos ocupadas, odiaba a las personas, a San José, al mundo entero, pero también odiaba los buses llenos en tardes lluviosas, y eso fue lo que encontró al llegar a las paradas: una fila de unos veinticinco metros que avanzaba lenta y paciente, como si el mundo no fuera más importante que eso, que esperar un bus. El cielo se iluminó, él levantó los hombros, arrugó la cara y en seguida un enorme estruendo rompió el escándalo de San José y el de sus audífonos. Su corazón se aceleró, sus manos comenzaron a sudar y su cabeza se llenó de cortisol. Se subió al bus y pagó exacto para no tocar más dinero sucio. Ya no quedaban asientos libres y un vapor hediondo llenaba aquella caja sin ventilación. Las personas cerraban las ventanas porque no querían mojarse, pero se empapaban en sudor y liberaban aromas desagradables que se mezclaban para entrar por su nariz en forma de una nube caliente que le daba asco. Avanzó restregando su cuerpo contra el de personas que decidían que el mejor lugar para quedarse de pie era cerca de la puerta. Intentaba no tocar los tubos de soporte porque se imaginaba la cantidad extrema de suciedad que había en ellos. Por fin llegó a la mitad del bus y se apropió del espacio donde deberían ir las sillas de ruedas. Abrió sus piernas marcando su territorio y, cuando por fin se recostaba a algo, otro trueno le devolvió la intranquilidad. El bus por fin se movió, dejando circular un poco, muy poco, el aire. Él cerró los ojos, y eso le permitió concentrarse en su música. No tenía ni idea de qué estaba escuchando, su lista ya había terminado y la inteligencia artificial se había encargado de ponerle canciones que seguramente disfrutaría. Funcionó; se concentró tanto en su música que de un pronto a otro sintió que abandonaba su cuerpo y se sorprendió observándose desde afuera. Estaba él, solo, rodeado de una nube negra, en un mundo donde ya no había calor ni frío, no había otro ruido más que el de su música. No existían otras personas, no estaba en ningún lado, pero era él y estaba feliz. Se dio cuenta de que estaba feliz porque de pronto comenzó a sonreír sin motivo alguno y de pronto todo era bueno, tan bueno que quería expresarlo para él. Quería verse feliz en ese universo que era solo de él, y no sabiendo cómo ni por qué, sus pies comenzaron a moverse al ritmo de la música. Lo siguieron sus manos, sus hombros, sus caderas; en un momento, todo su cuerpo vibraba y entonaba con la felicidad que sentía en su interior. Se sentía bien, se veía bien. Las personas del bus que lo rodeaban comenzaron a apartarse de él. Todo comenzó como un murmullo y se fue extendiendo. Algunos se levantaban de sus asientos, otros grababan con sus teléfonos al tipo que se carcajeaba y bailaba en medio del bus. Algunos comentaban que estaba loco, que iba a matar a alguien, que quién sabe qué droga había consumido, que estaba convulsionando o que ahorita se quitaba la ropa. Lo cierto es que en cuestión de segundos todos tenían que ver con el tipo que bailaba. El murmullo se convirtió en escándalo y el chofer comenzó a inquietarse. Cuando fue demasiado, a la altura de la Sabana, costado este, paró su bus y pidió orden. Nadie obedeció. Entonces, con costos avanzó entre las personas y descubrió al tipo aquel sonriendo y bailando en un trance nunca antes visto. El chofer amablemente le tocó el hombro; el tipo no respondía. —Necesito que se calme, varón, por favor, cálmese, puede golpear a alguien. El chofer y los pasajeros comenzaron a impacientarse, gritando que lo sacaran entre muchos insultos. Entonces, el chofer, que aún no perdía totalmente la calma, habló con un pasajero cercano. —¿Qué hacemos, macho, lo sacamos? —Sí, sí, saquen a ese payaso —gritó un tipo desde el fondo del bus ansioso por llegar a su casa, y eso sirvió para darle valor a un conjunto de cobardes que empezaron a gritar lo mismo. —Me ayuda, macho. “Macho”, un tipo moreno y de pelo negro, asintió con la cabeza. Se volvieron a ver como comprobando el plan que tenían y, al mismo tiempo, levantaron al tipo, que seguía bailando, de los hombros y lo dejaron a la orilla de la calle. Se subieron al bus y continuaron su camino entre murmullos. En la orilla de la calle, continuaba bailando. De pronto sintió el peligro de los vehículos pasando a gran velocidad. Volvió a su cuerpo, abrió los ojos y vio la hermosa plazoleta frente al Museo de Arte Costarricense y decidió que esa sería su pista de baile. Caminó hasta ahí y, en medio de una escultura colorida, cerró los ojos, se desprendió de su cuerpo y se observó bailando. Era todo tan puro y feliz, como si no hubiera ayer, mañana, ni hoy, como si no importara nada en este mundo más que expresarse, más que sentirse y ser feliz. “De eso se trata este mundo”, gritó mientras se veía bailar. Abrió los ojos justo cuando un rayo cayó caprichosamente cerca de él y alcanzó a tocarlo, dejándolo muerto en el acto.
Sobre este cuento
Título: Kundalini.
Autor(a): Edgardo Sibajaraya.
Estilo(s): Drama. *
Estilo narrativo: Tercera persona. *
Personajes: . *
Ambiente: San José, autobús, calles de la ciudad. *
Sinopsis: Un hombre lucha contra su ansiedad durante una tormenta, encontrando una inesperada paz y felicidad mientras baila en un trance en el autobús y luego en la calle. *
Tema principal: Búsqueda de paz interior. *
Punto de giro: El hombre es expulsado del autobús por su comportamiento, encuentra un lugar para bailar en paz y muere al ser alcanzado por un rayo.. *
Mensaje o moraleja: La búsqueda de felicidad y paz interior puede ser intensa y liberadora, pero también peligrosa y efímera.. *
Sentimientos: ansiedad euforia liberación
* Información generada parcialmente con herramientas de inteligencia artificial.
Cuentos que comparten esos sentimientos
Pronto Adiós
Una pareja camina de la mano mientras enfrenta el miedo y la incertidumbre de una despedida inminenteComentar
Comentarios
0 comentarios en este cuento