Mi odio soy yo
Autor(a): Roberto Sibaja Araya
Todo el camino después de la cena de cumpleaños, fueron en silencio. Sabían que iban a discutir al llegar, pero el silencio en el carro ya era parte del conflicto: ni siquiera se habían dicho nada, cada uno guardando su enojo. Parquearon afuera. Ella entró primero, él la siguió y cerró la puerta con fuerza. Ella se volteó de inmediato. – A ver, empiece. ¿Qué va a reclamar ahora? –dijo él, con tono altanero. – Ni me venga a manipular ni a hacerme sentir mal por estar enojada. – Solo hable, Mariana. – Llevamos una semana casi sin hablarnos, apenas y nos vemos a los ojos, durmiendo separados. ¿Y a usted se le ocurre que era buena idea hacerme una fiesta sorpresa de cumpleaños con mi familia? ¿Pensó que una fiestita iba a hacer que me olvidara de esos mensajes con su amiguita del trabajo? Usted sigue viéndome como una niña ilusa. – No pensé que estaba pasándole por encima. Tampoco intentaba que olvidara las cosas. Deje de hacerse la víctima como si yo fuera un hijueputa monstruo. Solo quise hacer algo bonito. Fue un gesto, no una estrategia con múltiples significados. Siempre usted interpretando cosas en vez de preguntar. – ¡Claro! Porque con usted es súper fácil hablar. Ni siquiera puedo preguntarle cómo se siente sin que se ponga a la defensiva. Jugando de macho, ocultando todo. Y no me venga con esa hablada de mierda. Usted sabía lo que hacía, agachando la cabeza como perro con culpa. Por infiel, por mierda. No sé ni por qué sigo con usted. – ¡Yo tampoco, mae! Le advertí hace meses que termináramos antes de que esto se pusiera peor. – ¿¡Me advirtió!? –se rió con ira en los ojos– ¿Está diciendo que su infidelidad es culpa mía por no haber terminado con usted? ¿Usted se escucha, Diego? Hágase cargo de sus actos. Deje de escudarse y de tergiversar todo. Me da asco. – Qué puta necedad, mae. Sí, me metí con esa del trabajo. ¿Y sabe qué? Tenía años sin sentirme tan vivo, tan apreciado. Ella no dijo nada. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Tomó su bolso, sacó su paquete de cigarros y se fue a la cocina. Él se quedó en la sala, enojado, arrepentido, pero más que todo, enojado. Pasaron unos minutos. Él se levantó y fue tras ella. – ¿Podemos calmarnos y hablar sin gritarnos? –le preguntó. – Usted sabe por qué seguí con usted. Fue decisión de los dos, no solo mía. No intente hacerme sentir culpable, no fue mi responsabilidad que me fuera infiel. – Tiene razón en eso. Me disculpo, pero… – ¡Pero nada! –lo interrumpió mientras apagaba el cigarro en el desayunador– ¿¡Cómo puede decirme todo esto y ni siquiera intentar disculparse!? – Ya me disculpé aquella vez. ¿Qué quiere que haga? No puedo volver en el tiempo. – Y ahí va otra vez: sin asumir nada, poniendo excusas, huyendo de lo que importa. Quiero que se vaya. Hoy mismo. Yo no lo voy a soportar más. Él hizo un gesto de desaprobación. Se acercó a tomar un cigarro del paquete. Ella le tomó la mano con fuerza, mirándolo a los ojos, llorando. – No, Diego. Esta vez no. No es como antes. No vamos a fumar un cigarro y fingir que todo está bien. Aquí ya no hay nada que decir. Se acabó. Quiero que se vaya hoy mismo. Él la conocía. Sabía que hablaba en serio. De repente, sintió el peso. Todo lo que había hecho, todo el juego, el autoengaño… era real ahora. Empezó a llorar. – Por favor, Mariana… – No. Váyase. No voy a dejar que me siga haciendo daño. Aquí ya no hay amor. Esto es una maldita fantasía. Estamos forzando algo muerto. – No diga eso. Usted se está mintiendo. ¡Claro que hay amor! Siete años, Mariana. Viajamos, compramos una casa, pasamos por todo… – ¿Sabe qué? –dijo, secándose las últimas lágrimas– Yo sacrifiqué mucho por usted. Dejé una oportunidad de trabajo en España. Dejé amistades. Pero no lo culpo. Fueron mis decisiones. El error fue dejar de ser yo por usted. Lo miró fijo. – Y si le soy sincera, la parte que más odio de usted… soy yo. La parte de mí que le entregué. Una parte miedosa, vulnerable, débil. Dejé que usted se hiciera cargo de eso. Lo idealicé y creé un amor en mi mente que nunca existió. Pero ya no más. Él volvió a intentar tomar un cigarro. Esta vez ella no lo detuvo. – Fume si quiere –le dijo–. Va a ser la última vez que lo vea fumando. La última vez que comparta con usted. No quiero un solo recuerdo más suyo. Y en ese segundo, como un disparo en la cabeza, les llegaron los recuerdos. La primera cita, cómo se veían a los ojos, felices de haber encontrado algo raro. El viaje a Europa, nerviosos con sus mochilas llenas de ropa y cosas inútiles. Las carcajadas los domingos, acostados viendo series. Los orgasmos del primer año. El después, cuando se acostaban juntos, sintiendo que ese amor era infinito. Las borracheras. Los cigarros. Las risas. Las comidas. Los gritos. Las sorpresas. Las lágrimas. Ambos estallaron en llanto. Él, recostado al desayunador. Ella, mirándolo. – Soy libre.
Sobre este cuento
Título: Mi odio soy yo.
Autor(a): Roberto Sibaja Araya.
Estilo narrativo: Tercera persona omnisciente, con diálogos intensos y emocionalmente explícitos. *
Personajes: . *
Ambiente: Hogar compartido de una pareja; conflicto de pareja urbana, poscrisis amorosa. *
Sinopsis: Después de una cena de cumpleaños cargada de tensión, Mariana y Diego enfrentan la conversación final de su relación. Entre gritos, reproches y lágrimas, ella toma el control y se libera del vínculo que la anulaba.. *
Tema principal: Ruptura de una relación tóxica y recuperación del poder personal.. *
Punto de giro: Cuando Mariana se niega a seguir el ciclo de reconciliación disfrazado de cigarro compartido y lo echa definitivamente. *
Mensaje o moraleja: A veces el verdadero acto de amor es decir basta, soltar lo que duele y reencontrarse con lo que una ha perdido de sí misma.. *
* Información generada parcialmente con herramientas de inteligencia artificial.
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