Cinco Segundos
Autor(a): Roberto Sibaja Araya
Ya tenía cinco años de amistad con ella. Nos conocimos en la universidad. Estudiábamos juntos, fumábamos, pasábamos borracheras, a veces hasta dormíamos juntos, pero siempre como amigos; nunca nos dimos ni un beso. Era una hermosa amistad: teníamos el hombro del otro para llorar, nos contábamos nuestros romances, noches casuales, de todo. Mi familia la conocía, y yo conocía a la familia de ella.
Un sábado nos vimos en el bar de siempre. Ella estaba un poco triste, aún estaba en proceso de duelo por su exnovio. Después de unas horas, ya estábamos un poco ebrios; salimos del bar a fumarnos uno de tantos cigarros.
—Carepicha ese, mae, cómo lo odio —dijo de repente, mientras fumaba.
Vi que lo dijo con ojos llorosos, pero también cierta tristeza en su voz.
—Ese hijueputa nunca la mereció, mae —le dije, mientras le extendía mis brazos para abrazarla.
Ella me abrazó, apoyó su cara en mi pecho.
—Yo a usted sí que lo amo. Gracias por siempre estar para mí.
La abracé más fuerte, respiré profundo, cerré mis ojos, olí su perfume. Y ahí todo cambió: nunca más la vería de la misma manera.
Nos despedimos. Cada quien pidió Uber a su casa. De camino, me sentí confundido, me latía fuerte el corazón, pero me sentía feliz.
—Ay señor, hoy es una noche que marcó un antes y un después —le dije al conductor, como buen borracho contento que quería contarle a alguien mis nuevos sentimientos, como si fuese un niño estrenando juguete.
El señor me ignoró.
Al siguiente día me desperté bien confundido, además de que tenía resaca. Recordé lo que estaba sintiendo y me puse feliz. Revisé si tenía un mensaje de ella, pero no había ninguno. Me puse triste, así que le escribí:
—¿Amaneció muy golpeada?
—Un poco, mae. Perdón si pegué mucho hueco ayer, andaba un toque afectada.
—Tranqui, usted sabe que siempre va a contar conmigo, guapa.
Me lo pensé como cuatro minutos antes de enviarle ese mensaje. Nunca le había dicho “guapa”, pero me emocionó hacerlo. Sonreí cuando se lo envié, y esperé su respuesta con nervios. No sé qué me sucedía, me sentía completamente diferente con ella; era emocionante y muy lindo.
—¿Diay “guapa”? Jajaja. ¿Todavía anda borracho, mae?
Se me borró la sonrisa apenas leí su mensaje.
Me puse a recordar todo lo que he vivido con ella. Tantos años de amistad, tanto que hemos pasado juntos. Era obvio que ella no me veía de esa manera. Así que me lo guardé. Por varios meses todo siguió normal, al menos así lo veía ella. De mi parte, era doloroso. Mis sentimientos por ella no cambiaban; todo lo contrario, estaba seguro de que estaba enamorado de ella. Pero estaba decidido a no actuar al respecto.
Tres meses después, me dijo que fuéramos a unas cabañas en la montaña, junto con otros amigos que tenemos en común. Acepté sin pensarlo, claramente.
El bus nos dejaba a dos kilómetros de las cabañas.
—Mae, solo a usted se le ocurre buscar unas hijueputas cabañas tan lejos, al chile.
—Ay, cállese. De por sí que usted ama estar conmigo, ¿verdad? —me dijo, y me dio un abrazo bien fuerte.
Yo solo sonreí. La amaba tanto.
Durante el trayecto a la cabaña pasé muy pendiente de ella, preguntándole si necesitaba ayuda, si quería agua, si necesitaba descansar.
Una amiga muy cercana a ella, Johanna, lo notó.
—¡Ay, el amor, el amor! —dijo mientras reía, y los demás rieron con ella.
Quise sentirme molesto, pero no pude. El escuchar que alguien hablaba de nosotros de esa manera me emocionaba y me hacía sentir muy bien.
Llegamos a las cabañas. Eran hermosas, había muchos árboles alrededor y mucha neblina. Nos instalamos y empezamos a cocinar la cena; todos estábamos hambrientos.
Ese día la noté diferente, más cariñosa conmigo. No sabía si eran ideas mías. Pero esa muestra de afecto de parte de ella, y el estar en esa cabaña en el bosque, eran una combinación que me hacía sentir aún más enamorado.
—¿Será que este será el viaje en el que le hable de mis sentimientos, de mi amor? —pensé.
Después de cenar, ordenamos todo. Abrimos unas cervezas, un par de botellas de vino, y nos sentamos todos a hablar.
Más entrada la noche, se puso muy frío. Ella siempre estuvo a la par mía. Fue un momento a una de las camas, tomó una cobija, y cuando volvió la puso sobre los dos, mientras se recostaba en mi hombro.
Me sentía demasiado enamorado. Sentía su calor, su olor, el roce de su cabello con mi suéter.
Decidí que ese sería el paseo donde se lo diría.
Después de unas horas ya algunos habían caído dormidos ahí mismo, incluyendo a ella. Así que los despertamos y cada uno fue a su cama. Ella compartía cama con Johanna.
Ya cuando todos estaban acostados, salí con una cerveza, mi paquete de cigarros y mi encendedor. Me senté al lado de la cabaña, en una pequeña banca.
Recuerdo el silencio, y escuchar cómo se iba quemando el tabaco de mis cigarrillos.
Escuché la puerta abrirse y alguien se acercó. Deseaba demasiado que fuera ella.
—¿Le molesta si lo acompaño? —me preguntó Johanna.
Decepcionado, le respondí:
—Si no le molesta el humo del cigarro…
—No, para nada. Más bien regáleme uno.
Estuvimos unos cinco minutos en silencio, fumando, escuchando el bosque y el tabaco quemarse.
—¿Puedo hacerle una pregunta? Y por favor no se lo tome a mal, ni como un ataque —me dijo ella.
—Sí, claro, tranqui —le dije, un poco extrañado.
—¿Qué está haciendo aquí? Ella no lo ve a usted de esa manera.
Su pregunta me cayó bastante mal. Me molestó. Fumé de mi cigarro y le respondí:
—¿Tan obvio soy? ¿Y cómo está tan segura de que ella no me ve así?
—Mae, sí, bastante obvio la verdad. Y también es obvio que ella no lo ve así a usted. Además, siempre que habla de usted es como un amigo, nada más.
Noté que ella hablaba de manera bastante seria, como si fuese una maestra regañando a un alumno.
—No sé… Yo creo que ella a veces sí me ve como algo más, pero di, seguro también se confunde. Supongo que solo hay una manera de saberlo.
—De verdad no le recomiendo que lo haga, mae. No se cague en la amistad, no la ponga en una situación incómoda.
—Mae, gracias por su preocupación, pero es mi vida, mis sentimientos, y la verdad apreciaría bastante si no se mete más en el asunto.
—Está bien —dijo ella, mientras se levantaba de la banca y se dirigía hacia la cabaña.
—Porfa, no le diga nada a Kat —le dije mientras se alejaba.
Volví a ver la hora en mi celular, me quedé un minuto más y me fui a mi cama. Ya estaba decidido: al siguiente día se lo diría.
Despertamos todos y preparamos el desayuno. Me encantaba ver su cara de recién despierta, tomándose su café recién chorreado; se veía hermosa.
Le pregunté si quería salir conmigo a fumar y terminarnos el café. Ella aceptó.
Ya afuera, empecé a caminar con ella, para alejarnos de la cabaña, y ya una vez adentrados un poco en el bosque, nos detuvimos.
—Tengo algo que contarle —le dije. Mi corazón palpitaba a mil. Estaba demasiado nervioso.
Ella me volvió a ver sonriendo.
—Yo sé qué es. Joha me contó.
—Mae, le dije que no contara nada… Qué mierda.
Ella me tomó de las manos.
—Tranqui, yo me siento de la misma manera.
No podía creer lo que estaba sucediendo. Todo lo que había pensado, todos los escenarios. Todos esos días, esas noches pensando en ella. Todos estos meses perdidamente enamorado… y acá estaba ella, al frente mío, viéndome a los ojos, diciéndome que se sentía igual que yo.
La abracé bien fuerte, y le di ese beso que tanto había estado deseando darle. Cerré los ojos, y ahora sí empecé a imaginarme todo lo hermoso que íbamos a empezar a vivir juntos, todo desde cero.
—Juan José, levántese por el amor de Dios. Qué asco, mae, está todo vomitado. Johanna está adentro llorando y tiene un gran morete. Dice que usted le pegó por una discusión que tuvieron ayer en la noche. ¿Qué putas está pasando, mae? ¡Levántese y hable! —me dijo Kat.
Abrí los ojos. Estaba aún oscuro, pero se notaba que pronto amanecería. Estaba tirado al lado de la banca, rodeado de vómito. Logré ver varias cervezas, colillas de cigarro y una botella de whisky casi acabada. Mi mano derecha me dolía.
—¿Kat? No… ¿Qué pasó? No…
En eso salió Johanna de la cabaña, con dos personas más: Mauricio y Pablo. Tenía su mejilla izquierda muy morada e hinchada. Pablo y Mauricio se veían muy enojados.
Mauricio era alto y corpulento; no tuvo problemas para levantarme y meterme un buen golpe en la parte inferior del estómago.
—¡¿Mau, qué está haciendo, mae?! —le gritó Kat.
—Ni se le ocurra defenderlo, Kat. Este maricón ayer, tomando, me pegó. ¿Y sabe por qué? Estábamos hablando, y me contó que está enamorado de usted. Yo le dije que usted no se sentía así por él, se puso cada vez más agresivo, y el muy maldito terminó pegándome, mae.
Escuchar a Johanna relatar todo me hizo tener pequeños recuerdos de la noche anterior. Claramente no terminó todo en una pequeña conversación con Johanna.
Recordé de repente el sueño que estaba teniendo con Kat, en el bosque, besándola, escuchando cómo ella me decía que también me amaba.
Estaba tirado en el suelo. El golpe de Mauricio había hecho que, además, me orinara un poco encima. Olía a vómito. Estaba aún mareado por tanto alcohol. Devastado por la situación, procedí a ponerme a llorar.
—Ahora sí llorando, muy arrepentido, pero hace un rato muy machito hablándome fuerte y pegándome. Maricón.
—Voy a llamar a la policía —dijo Pablo, mientras se dirigía a la cabaña. Mauricio y Johanna lo siguieron.
Volví a ver a Kat. Se acercó un poco a mí. En ese momento esperé unas palabras de lástima por parte de ella.
—Quiero que sepa que sí, yo sabía que usted está enamorado de mí. Y no, jamás tendría una relación con usted. Jamás lo amaría. Fue mala idea mía haber seguido siendo su amiga, Juan José. Ya muchas veces había notado que usted se expresaba de manera un tanto desagradable sobre mujeres que conocía o con las que tenía citas, y yo de ingenua decidí ignorar todo eso.
—Kat…
—Cállese, mae. Me da asco. Véasé: borracho, vomitado, orinado, le acaba de pegar a mi mejor amiga. ¿Y todo por qué? Porque no pudo aceptar la realidad: que yo no le correspondía sus sentimientos. Usted, mi mejor amigo, al que le confié tanto… y resultó ser otro cerdo misógino más.
Se levantó, me vio a los ojos. Tenía ojos de odio, de desprecio.
—Quédese ahí mientras llega la policía. Ni se le ocurra moverse, y ni se le ocurra volver a contactarme de ninguna manera, Juan José. Se lo advierto.
Después de más o menos una hora, llegó la policía.
—Qué asco, este mae apesta. Nos va a dejar hedionda la patrulla —le dijo una oficial a su compañero.
Me levantaron. Me esposaron. Me pusieron en el asiento trasero.
Volví a ver a la cabaña. Una oficial le estaba tomando declaraciones a Johanna mientras lloraba y se ponía un trapo con hielo en su cara. Por otro lado estaba Pablo, abrazando a Kat, que se notaba que lloraba en su pecho.
—Quiero morir —le dije a la oficial cuando llegó al carro.
—Esperemos que le toque algo bastante peor que morir cuando esté allá en la cárcel —me dijo con voz de enojo y asco.
Sobre este cuento
Título: Cinco Segundos.
Autor(a): Roberto Sibaja Araya.
Estilo narrativo: . *
Personajes: . *
Ambiente: . *
Sinopsis: Cinco años de amistad. Una confesión. Y una noche que lo destruyó todo.. *
Tema principal: Idealización, misogínia, inteligencia emocional. *
Punto de giro: . *
Mensaje o moraleja: . *
* Información generada parcialmente con herramientas de inteligencia artificial.
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