¿Muy cliché si fumamos un cigarro?

Autor(a): Edgardo Sibajaraya


La conocí un día mientras escribía y tomaba café en una terraza que daba a la Plaza de la Cultura. Ella, sin pena, se acercó y me dijo: —Quiero leerlo. Yo, en mi desconcierto por el momento extraño aquel, le sonreí. —Claro, pero primero debería tomarse un café, es una lectura pesada; yo invito. Se sentó al frente mío y pude verla con detalle. Era blanca, muy blanca, con pelo negro y mechas celestes que brillaban con el sol agonizante de las cinco y sus labios de un rojo que gritaban sensualidad. Hablábamos como si nos conociéramos de años, nos burlábamos de Coelho y alabábamos a Larsson. Hablamos de la pereza, Pereza y otros grupos españoles. Fue extraño, muy extraño. Al final del encuentro, al darnos cuenta de que eran las siete y ya los saloneros nos echaban con la mirada, intercambiamos números de teléfono y cada uno siguió su camino. Tomamos café casi todos los sábados en diferentes puntos de San José, algunas veces terminamos compartiendo una cerveza en algún bar de La California. Temprano nos íbamos, la iba a dejar a las paradas de Tibás y yo seguía mi camino. Estaba seguro de que le gustaba, era muy claro, muy. Corría enero cuando me enteré de la nueva temporada de conciertos de la Sinfónica y se me ocurrió comprar dos entradas. Le mandé una captura de pantalla con un “¿Me acompaña?”, y accedió de inmediato. Lo tomé como el día D, ese día haría mi movida, ese día iría por todo. Llegó el preciado día, sábado. Fuimos, como ya era costumbre, por un café y después, tipo siete y treinta, bajamos al Teatro Melico Salazar. Íbamos justo a tiempo. El concierto, una maravilla; como siempre, unas dos horas y media de obras impecablemente interpretadas, que estimulaban la piel, provocaban gestos de encanto y estallidos de aplausos. Terminó el concierto con un teatro de pie, aplaudiendo a aquellos genios. Salimos y era demasiado tarde para tomar un bus. —¿Qué va a hacer? —No tengo idea. —¿Vamos a un hotel? —le dije, como si no tuviera nada planeado. —Vamos. Sí, todo había salido de acuerdo al plan. Fuimos a un hotel, uno bueno, pedí una habitación en algún piso alto, con balcón, solo una cama; a ella no pareció molestarle. Me dieron la llave y subimos. «En este punto es claro lo que pasaría, digo, yo pensaba eso y supongo que usted, lector, también. Resulta que no.» Nos acostamos cada uno a un lado de la cama y ella prendió la tele, parecíamos de esas parejas que llegan a la casa después de un sábado normal. Conforme pasaban los minutos, sabía que ya no iba a pasar nada, pero no me iba a quedar con el clavo. Que no se dijera que no lo intenté. Me volví valiente y le dije: —Mae, usted me gusta un montón. Ella se volvió, sonrió y me dijo: —Yo sé. Hija de puta. —Pero, mae, soy lesbiana y tengo novia. Re hija de puta. No tenía absolutamente nada que decir, fue tan natural como lo dijo que lo único que me dio fue risa, esa risa clásica de “hoy no cogeré”. —¿Y sabía que hoy le iba a pedir, obvio? —Sí, obvio. Nos reímos, porque no quedaba de otra. —La odio. —Yo sé, mae, pero es que ustedes siempre son así, tal vez usted era diferente. —Yo soy diferente, otro mae ya se hubiera ido. —Pues sí, mae. Perdón, en serio. —No sea ridícula, no tiene por qué disculparse, yo sí debería, pero no lo haré, porque no me arrepiento —le dije igual riendo y le guiñé un ojo. —Soy muy buena dando masajes, si quiere le doy uno para que diga que no fue de gratis la noche —y se seguía riendo de mí la hija de puta, pero con un humor tan común para mí, que no me quedaba de otra que reírme. —Di sí, pero bueno, quíteme usted la ropa, como para decir que me desvistieron. Así lo hizo y lo juro fue el mejor masaje que he recibido jamás. Fue tan bueno que desaparecieron de mí todos los pensamientos eróticos que alguna vez generé. Terminó y yo estaba tirado en la cama, más que relajado. Ella, cansada, se acostó a la par mía y los dos viendo el techo pensamos “al final terminamos igual”, guardando las distancias. —¿Muy cliché si fumamos un cigarro? —Yo no fumo, pero lo acompaño. Vamos. Ahí estaba yo en bóxer en el balcón de un séptimo piso, fumándome un cigarro, cuando llegó ella con mi camisa puesta y sin pantalón, y se me recostó en el hombro. —Hay que hacer la pantomima completa. —¿Por qué sin pantalón? —Así duermo. —A la par de alguien que se la quería coger y va a dormir así. —Usted no es como los demás. —Cuidado. —Sea serio. —Gracias. Lo único que había salido de acuerdo al plan fue el final, un buen final.

Sobre este cuento

Título: ¿Muy cliché si fumamos un cigarro?.

Autor(a): Edgardo Sibajaraya.

Estilo(s): Realismo. *

Estilo narrativo: Primera persona. *

Personajes: . *

Ambiente: Cafés de San José, Teatro Melico Salazar, hotel. *

Sinopsis: Una amistad inesperada florece entre un hombre y una mujer que se conocen en un café, llevándolos a una noche llena de revelaciones. *

Tema principal: Expectativas y realidades en las relaciones. *

Punto de giro: La revelación de que ella es lesbiana y tiene novia, rompiendo las expectativas de él. *

Mensaje o moraleja: Las relaciones humanas son complejas y las expectativas no siempre coinciden con la realidad, pero pueden llevar a una conexión auténtica. *

Sentimientos: expectativa humor camaradería

* Información generada parcialmente con herramientas de inteligencia artificial.


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