La Última Vez. Parte I

Autor(a): Edgardo Sibajaraya


—Abue, usted con abuelo lo pasaba muy mal, ¿verdad? —Ay sí, mijita, su abuelo era un agresor, usted no puede imaginarse. Si yo le contara… —Ni me cuente, abuela, que de ese hijueputa no quiero saber nada. Abue, ¿y usted tuvo más novios? —Novios, novios, formales, solo cuatro. —¿Qué era “formales”? — entrecomilló con los dedos. —Formales que pedían la entrada y los dejaban ir al patio de la casa. —¿No cogían? digamos… —Ay, mijita, usted y sus preguntas — sonrió — no jamás, solo con su abuelo. —¡¿Es en serio, abue?! Solo con ese hijueputa y... —pareció pensar cómo iba a formular la siguiente pregunta— ¿no le da curiosidad cómo cogían los demás? La abuela y su nieta se rieron. —¡Ay, por Dios! Pues vieras que nunca había pensado en eso, pero ahora que lo dice... quién sabe, ¿verdad? — vaciló. —Abue… ¿llega la edad en que una dice “ya no volveré a coger” o “este es mi último polvo”? —No creo, bueno, en mi caso no. Después de todo lo que pasó con su abuelo yo cerré “el parquecito”. —¿No le dan ganas de abrir de vez en cuando el asunto? —Se vienen recuerdos, a veces, pero ya una es una vieja — no le gustaba hablar en lenguaje inclusivo, pero sabía que si no lo hacía, su nieta la iba a corregir. “Hay cosas más importantes que ponerle una ‘a’ al final de todo”, creía ella. Continuaron hablando toda la tarde, risas y carcajadas de por medio. Esa misma noche, la abuela se acostó pensando en sus antiguos amores y tratando de recordar la primera y la última vez que había tenido relaciones sexuales. De la primera vez tenía el recuerdo imborrable, su luna de miel, pero de la última, por más que lo intentaba, no tenía registro y eso la estresaba. ¿Cómo no se iba a recordar? Siempre es más importante el final de un libro que el principio y ella no lo recordaba, no tenía ese último capítulo. La idea la inquietó y le quitó el sueño por varias horas. Temprano en la mañana, la abuela mandó un audio a su nieta, invitándola a desayunar. “Venga sola”, le dijo al final del mensaje. Su nieta llegó a las ocho y treinta, ayudó a poner la mesa, se comió cinco tortillas caseras con natilla, de las que luego se arrepentiría, y se tomó dos raciones de café en su jarro de loza favorito, el del gallo pintado. —¿Cuál es el misterio, abue? —Vieras que ayer me acosté tratando de recordar la última vez. —¿Que cogió? — interrumpió y se emocionó por el tema. —Qué feo que habla usted… pero sí. —¿Y? —No me acuerdo. —¿Cómo que no? —Diay, es que, si usted se pone a pensarlo, es algo de lo que uno no tiende a ser consciente. Uno tiene cierta rutina hasta en eso y de un pronto a otro deja de tenerla y ya. Por ejemplo: ¿usted se acuerda de la última vez que tuvo relaciones con su primer novio? —”Una”, abue — la corrigió—. Sí, pero… por otras razones. Pero sí, sí le entiendo. —¿Mejor ni le pregunto? — sonrió. —Mejor no… abue, ¿y cuál es su plan? Esto no se puede quedar así. —¿Esas personas que hacen hipnotismo no podrán devolverle esos recuerdos a uno? —Ay, abue, no me joda. Ya ese recuerdo no existe, pero podría crearlo. —¡Está loca usted! —Sería divertido, abue, piénselo. —¡Mamita, yo tengo sesenta y cinco años! —Abue, la última vez, el fin de ese libro, el capítulo final, el cierre de una época… La abuela tomó el último sorbo de café que le quedaba en su jarra. —¿Puedo fumar acá, abue? —No, vamos al patio, mejor, y regáleme uno. —¡¿Usted fuma, abue?! —Shhh, no le diga a su mamá. En el patio trasero de la casa, con vista a una pared de dos metros de alto, de block, sin pintar y que el musgo se había encargado de darle una coloración verde negruzca, estaban las dos fumando, sentadas cada una en una mecedora de madera. —Huele a miados acá. —Es abono para mis matas. —¡Abueee! —Vea, ese helecho, ¿usted cree que está así de lindo por puro cariño? —Qué asco. Dos cigarros cada una, una tanda más de café, alguien estaba agarrando valor. —¿Entonces, abue? —Usted está loca, mijita. —Ya le tengo un plan. —Cuénteme. —Vamos a buscar a cada uno de esos señores en internet, vamos a hacer una cita con cada uno y al final usted decide a cuál se coge. —¡Ay, Dios mío! —Bueno, con cuál hace el amor, la misma cosa. ¿Le parece? —Pero ellos deben de estar casados, con hijos, viejos. —¿Y? Abue, son hombres, donde ven que alguna les mueve el chunchillo ya quieren cogérsela. Y usted se encargará de moverles el chunchillo. Hacía tiempo no se reían tanto juntas. —¿Es un trato, abue? La abuela la volvió a ver, le sonrió, una de esas exquisitas sonrisas de juventud, con una chispa en sus ojos. —Es un trato. La nieta la volvió a ver, le sonrió, una de esas pícaras sonrisas de juventud, con una chispa en sus ojos, tenía una misión. —Listo, abue, páseme los nombres completos de esos señores. La abuela se fue para la cocina. Cuando regresó, traía una vieja agenda de 1989 que siempre estaba ahí. Se sentó de nuevo en su mecedora, rebuscó en las hojas deteniéndose tres veces. Cada vez que se detenía le decía a su nieta un nombre. Aún no estaba totalmente convencida de lo que estaba haciendo, pero las mariposas de su estómago, que ella daba por muertas, volvieron a revolotear y eso le encantaba. Ya no había vuelta atrás.

Sobre este cuento

Título: La Última Vez. Parte I.

Autor(a): Edgardo Sibajaraya.

Estilo(s): Realismo. *

Estilo narrativo: Tercera persona. *

Personajes: . *

Ambiente: Casa de la abuela, patio trasero. *

Sinopsis: Una abuela y su nieta exploran temas de amor y sexualidad en una conversación sincera y divertida. *

Tema principal: Relaciones personales y redescubrimiento. *

Punto de giro: La abuela decide buscar a sus antiguos amores para recordar su última experiencia sexual. *

Mensaje o moraleja: La vida siempre tiene espacio para redescubrimientos y nuevas experiencias, sin importar la edad. *

Sentimientos: nostalgia curiosidad humor

* Información generada parcialmente con herramientas de inteligencia artificial.


Este cuento pertenece a una serie

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