Entre 20 y 25

Autor(a): Edgardo Sibajaraya


Una de las reglas básicas en el cine es que el espectador debe saber de qué va la película después del minuto veinte y antes del veinticinco. Al parecer, esto es una máxima de dominio popular; yo no lo supe hasta ese día. Era mi segunda cita con ella. No era la mujer de mis sueños, pero sí un buen proyecto de mediano a largo plazo; creo que empezaba a enamorarme. Cinéfila obsesiva, de esas personas que al final de la película hacen comentarios como: "excelente fotografía", "dirección de arte exquisita", "impresionante construcción del personaje principal". Al principio odiaba eso, pero después de entenderlo fue más manejable y, ahora, casi llegaba al punto de gustarme, comentar una opinión o incluso hasta emitir la propia. Estábamos en un cine, de los que no dan películas de superhéroes, viendo una película finlandesa sin diálogo. Y a los diecisiete minutos exactos, yo no soportaba las ganas de ir al baño. Le toqué la mano, le sonreí y me levanté. Ella le echó un vistazo a su reloj de mano, un pequeño Casio dorado que tenía el cronómetro activado, y me devolvió una mirada con ceño fruncido que no entendí. Encogió un poco sus piernas y seguí mi camino hasta salir de la sala. La sala 1 acababa de salir y la espera se dilató un poco más de lo planeado. Regresé a la sala y justo cuando me senté, ella encendió la luz de su Casio. Veintisiete minutos. —¿Qué ha pasado? —le susurré al oído. Ella no quiso responder. Entendí que algo pasaba y preferí volver a la comodidad del respaldo de mi asiento. Pasaron dos horas y veinticinco minutos más, durante los cuales no dejé de pensar en qué había hecho mal mientras intentaba desesperadamente concentrarme en la trama o en algún detalle para luego poder comentar. No lo logré; de hecho, no entendí nada. Salimos del cine, una vez terminados todos los créditos... obviamente, y fuimos a comer a un restaurante cercano. Nos sentamos en una mesa para dos, frente a frente. El mesero nos tomó las órdenes y se retiró. —¿Qué le pareció la película? —rompí el hielo. Ella, visiblemente molesta, se echó para atrás y me encaró. —No puedo creer que saliera al baño en el minuto diecisiete. Fruncí el ceño de inmediato y cometí el error más grande en nuestra temprana relación. —¿Qué importa el minuto en el que fui al baño? ¿Y por qué usa el cronómetro en el cine? Esas dos preguntas terminaron de destruir mi proyecto. —¿Está hablando en serio? —me dijo dramáticamente exaltada. —La escucho —le dije. —Primero... —me contó lo que les mencioné al principio de esta historia. Luego continuó—: No puedo creer que usted no sepa algo tan básico como eso y, segundo, ¿cómo se atreve a regresar y preguntarme "¿qué ha pasado?"? O sea, su plan era que yo me detuviera en medio de una película a explicarle qué había pasado. Obviamente usted no entendió nada, ¿cierto? No pude responder. —Obvio, no entendió nada, ni se esfuerce. El mesero trajo nuestras bebidas, se retiró rápidamente y enseguida volvió con los dos platos. Preguntó si todo estaba bien y los dos afirmamos con la cabeza. Yo estaba en el infierno y supongo que ella también, pero acompañada de un idiota. Comimos sin decir ni una palabra; ella no parecía encontrar su paz, movía su pierna frenéticamente bajo el mantel y comía con apuro y desgano. Era tan incómodo todo aquello y tan desesperante ver cómo mi proyecto se derrumbaba que decidí hacer mi último esfuerzo. Rebusqué en mi cabeza algún término y lo pregunté. Igualmente ya no tenía nada que perder. —Al menos la fotografía estuvo buena.. . Ella hizo una pausa, detuvo su pierna, levantó la mirada, sonrió y, justo cuando me llenaba de esperanza, volvió sus ojos y dijo: —Es la ópera prima del director de fotografía y estoy segura de que va a ser la última de ese pequeño snob, barbudo, idealista. La fotografía fue una mierda y no es solo mi opinión, es la de expertos y novatos. Rápidamente se levantó y se fue. Tenía una reunión con su hermano, me dijo. Le volví a escribir un par de veces; a la tercera dejé de esperar respuesta. Empecé a ir al baño antes de empezar la película y a llevar conmigo un pequeño reloj de pulsera. Cada vez que entiendo de qué va la película, me fijo en mi reloj. Nunca falla. Ella me arruinó todas las películas.

Sobre este cuento

Título: Entre 20 y 25.

Autor(a): Edgardo Sibajaraya.

Estilo(s): Drama. *

Estilo narrativo: Primera persona. *

Personajes: . *

Ambiente: Cine, restaurante cercano. *

Sinopsis: Un hombre descubre la importancia del tiempo en una película durante una desastrosa segunda cita con una cinéfila obsesiva. *

Tema principal: Expectativas y desilusión en una relación. *

Punto de giro: El narrador va al baño en el momento equivocado, desencadenando la ruptura de la relación.. *

Mensaje o moraleja: Las diferencias en intereses y expectativas pueden destruir una relación incipiente, especialmente cuando una de las partes es intransigente.. *

Sentimientos: confusión incomodidad desilusión

* Información generada parcialmente con herramientas de inteligencia artificial.


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