Corta, desordenada y naranja cabellera

Autor(a): Edgardo Sibajaraya


Sábado. Despertó con resaca de vino tinto, de esas que hacen prometer no volver a tomar nunca más. El sol matutino que se colaba por la ventana le daba directo en las nalgas; maldijo y dio una vuelta tratando de huir, fue inútil. Sentía que el mundo se reía de ella y, para sentirse mejor, cogió su teléfono. Dos mensajes de su abuela: “Venga a almorzar”, “Mamita”. Hoy no se le antojaba nada, pero tenía que ir. Antes, se bañó pensando que así se sentiría mejor. Entró a la casa de su abuela y no vio a nadie. Caminó hacia el dormitorio, nada. —Acá estoy —gritó una voz desde el patio trasero. Siguió la voz. —¿Por qué tan escondida? —Me fue mal. Le echó un vistazo al cenicero, contó al menos diez colillas del color ese de las colillas de los cigarros de los viejos. —Qué mierda, cuénteme, abue. Viernes. Siete de la noche, en punto. Un antiguo pero muy bien cuidado Mercedes Benz se estacionó a las afueras de la casa de la abuela; de él se bajó un antiguo y muy bien cuidado señor, elegante y sin fingir; él era natural, pelo blanco cuidadosamente peinado hacia atrás, ni un solo cabello se salía de la línea, barba recién recortada y una colonia que, con tan solo olerla, hacía humedecer calzones y algún que otro calzoncillo, por qué no decirlo. La abuela esperaba en el sillón de su casa; de repente el elegante caballero tocó la puerta. Ella abrió y se dieron un abrazo, frío, rápido, sin sentimiento. —¿Nos vamos? Ella afirmó con la cabeza, cerró la puerta de su casa y siguió a su cita. La había intimidado. La nieta veía todo desde la ventana de su casa, esta vez no había sentido la emoción que con la primera. Se quedó en su casa, junto a su hermano mayor, tomando vino y viendo una película. Si la curiosidad le hace querer saber más, vieron Trainspotting, después de intentar, por una hora, decidir cuál ver. Esta era la sexta ocasión en que la veían juntos. Entraron a un lujoso hotel propuesto por él y cenaron bajo la luz de un candelabro casi tan grande como el vehículo en el que llegaron. Para él, el lugar era conocido, no vio la carta, ordenó lo de siempre; para ella todo era muy extraño, escogió para comer uno de los pocos platillos cuyo nombre estaba en español. La cena estuvo cargada de diálogos exigidos, incómodos, incompatibles, horribles. Pero lo peor aún no pasaba. La película había sido grandiosa, igual que las cinco veces pasadas, quizás un poco menos que la primera vez, por obvias razones. La botella de vino anunciaba que ya se estaba acabando, con un ángulo de casi noventa grados, cada vez que se servían. —¿Voy por otra? —Fijo. —¿Me va a contar qué es lo que está haciendo con abuela? —No sea necio, vaya, rápido. Trasladaron su ubicación hacia el patio trasero de la casa, ahí hacían menos ruido. —Mae, a veces cuando sopla el viento, ¿no le llega como un olor a meados? —¿Sabe qué es? —¿Qué? —Abuela le echa meados a las matas de ella. —¡Qué asco! —Sí, yo le dije, pero dice que por eso tiene matas bonitas. Prendieron un par de cigarros para ahuyentar el olor. En la recepción del restaurante una joven mujer hacía aparición y preguntaba por su papá. El elegante recepcionista, nada natural, le señaló la mesa junto a la ventana. Malhumorada se dirigió al lugar. —¿Qué hace usted acá? y ¿quién es esta vieja? El señor le hizo una seña con las manos para que bajara el volumen de su voz. La abuela bajó la mirada, la joven se encendió. —No me calle, usted sabe que no debería estar acá jugando de chiquitito. Allá en la casa está ma, preocupada, ¿otra vez va a seguir en esto? Usted no es ningún jovencito. El señor se levantó de la mesa y se llevó a su hija hacia la recepción. La abuela nunca había sentido tanta vergüenza en su vida. La segunda botella de tinto estaba por acabarse. Ella fue por una más. Cuando regresó, buscó a su hermano con la mirada. —¿Qué está haciendo? —su hermano estaba cerca del patio de su abuela. —Meando. —Qué asco. —Diay, le estoy cuidando las matas a abuela. —Mae, se pasa. El señor regresó a la mesa. —Perdón por eso. —¿Nos podemos ir a la casa? —Quedémonos, es temprano. —Quiero irme. —Mire, señora, ya tengo un problema gigante en la casa por su culpa, y ahora usted me dice que ese problema va a ser de gratis. —Quiero irme ya a la casa. —Por eso es mejor andar con putas jóvenes y no con viejas. Se levantó, le tiró la copa de tinto en su fina camisa y se retiró. —Mae, ¿a usted no le da chicha cuando uno se limpia el culo como cinco veces y sigue saliendo caca? —Mae, usted es una cerda. —¡Uy, no! Ahora no cagás. —Por eso la quiero tanto. —¿Por cerda? —Por ser tan usted. —Ya no se ponga en culioladas, con el vino y usted así terminamos llorando. Silencio. —…Pero sí, me da mucha chicha, a veces me rindo y a la mano de Dios. —Ja, ja, qué cerdo que es. Llegó en taxi a su casa, para entonces ya no había nadie despierto. Silenciosamente se acostó a dormir, pero no pudo hacerlo pensando en todo lo que había pasado. Se sentía mal, se sentía como una mujerzuela y todo lo malo que eso significaba para ella. “¿Quién me tiene a mí metiéndome en estas cosas? Yo soy una vieja.” Al fin logró dormir un poco. Cuando se dio cuenta, eran las ocho de la mañana y sabía que no iba a poder dormir más. Se levantó y se sirvió un café, mandó un par de mensajes a su nieta y se fue al patio trasero a fumar. —Qué jeta, abue, y le tiró el vino así en medio del restaurante. —Diay, sí. —Qué respeto, abue. —Ay, mamita, me sentí pésimo. —Abue, me extraña que usted me diga eso, tiene dos súper historias que nunca jamás hubiera vivido si no se hubiera animado a hacer esto. Disfrute esas sensaciones. La abuela se quedó pensando en lo que esa carajilla de veintitantos le estaba enseñando. No dijo nada. —Y entonces qué, ¿ya terminamos, no habrá tercero? La abuela la volvió a ver directo a los ojos. La nieta le sostuvo la mirada. Se hablaron sin decir nada, solo ellas se entendieron.

Sobre este cuento

Título: Corta, desordenada y naranja cabellera.

Autor(a): Edgardo Sibajaraya.

Estilo(s): Realismo. *

Estilo narrativo: Primera persona. *

Personajes: . *

Ambiente: Metrobús en una ciudad moderna. *

Sinopsis: Un encuentro inesperado en el Metrobús entre un hombre y una mujer de cabello naranja que cambia su rutina diaria y su perspectiva sobre la conexión humana. *

Tema principal: Conexión humana. *

Punto de giro: La mujer comienza a contar historias al protagonista, generando una conexión inesperada. *

Mensaje o moraleja: La importancia de la conexión humana y la escucha en un mundo dominado por la tecnología y la desconexión social. *

Sentimientos: curiosidad extrañeza nostalgia

* Información generada parcialmente con herramientas de inteligencia artificial.


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