Eudicella gralli
Autor(a): Edgardo Sibajaraya
Un punto difuso de color ámbar avanzaba lentamente de abajo hacia arriba en la pared este de la habitación todas las tardes. Él degustaba su café mientras se recostaba en su sillón y seguía el curso de aquel punto. Parecía que algo nacía y moría dentro de él en cada ciclo, un sufrimiento autoinfligido, como si eligiera merecer ese dolor. Un castigo era su rutina de las tardes. —¿Pa, qué es eso? —le preguntó su hijo señalando el punto. Su papá caminó hasta la ventana y descolgó del marco un disco de resina de unos ocho centímetros de diámetro. —Cuando el sol pasa por ahí, dibuja ese punto en la pared. —¿Puedo verlo? Se sentó junto a su hijo, le puso el disco en las manos y le mostró: eran dos escarabajos uno frente a otro, el macho y la hembra de Eudicella gralli. "Son de África," le dijo. La vida con él había sido buena, tan buena que a veces ni él mismo se explicaba cómo había podido lograr tanto esforzándose tan poco. Odiaba que la vida premiara a quien, según él, no se lo merecía, ignorando que su odio venía de su propio sentimiento de desmerecimiento. Ahora tenía un hogar, esposa, una hija y un hijo, pocas deudas y una tristeza profunda que cubría con capas y capas de felicidades falsas y sencillas que a veces hasta lograban ocultar por completo su amargura. El niño parecía asombrado, movía el disco de un lado al otro como si aquellos insectos estuvieran sumergidos en un líquido intentando juntarlos. Pronto su papá, con una ligera sonrisa, le explicó sobre la resina y que aquellos insectos no se llegarían a tocar nunca más. — ¿Le gustan? El niño afirmó con la cabeza mientras lo volvía a ver. De pronto, el disco se le resbaló de las manos y cayó al piso, rodando unos cuantos metros y estrellándose débilmente contra la pared. El niño pareció asustarse al ver la reacción de su padre, que corrió a recoger el disco e inspeccionarlo en detalle. Lo sacudió un poco y volvió a colgarlo en el marco de la ventana. Con su mirada despachó a su hijo, que entendió de inmediato. Se sentó a terminar su café mientras el punto empezaba a morir. De niño, le fascinaban los insectos, pero en especial los escarabajos. Tenía varios libros que aún guardaba con aprecio, fotos organizadas por país, región, época del año, color; en fin, una colección novata pero valiosa, sentimentalmente hablando. Su hija mayor entró a la habitación, tocando la puerta antes. — ¿Pasó algo? — Se cayeron los eudicella y me asusté. — Pa… —lo volvió a ver como queriendo entenderlo. — Perdón. — Pa… —no le quitó la mirada de encima. — Usted sabe… —se terminó el café de un trago y bajó la cabeza. Su hija avanzó, cerrando la puerta, hasta el sillón. — Cuénteme. Cuando era joven, cursaba arquitectura. La facultad era un edificio hermoso, abierto que dejaba correr el aire y luz natural, rodeado de zonas verdes donde todos los meses de mayo emergían cientos de abejones que avanzaban hipnotizados por las luces y se estrellaban con fuerza contra lo que se interpusiera en su camino. Uno de esos obstáculos que encontraron fue la cabellera de ella. Ella era la mujer que odiaba estudiar arquitectura en mayo, que le tenía una fobia desmedida a los malditos abejones y que ahora tenía uno enredado en su pelo. Él veía todo desde uno de los muros mientras tomaba un café en un vaso de cartón y se reía. Se acercó. — ¿Le ayudo? — Por favor, quíteme esa mierda. Rápidamente tomó el abejón y se lo enseñó. De un manotazo, se lo tiró de la mano. — Odio esos hijueputas bichos. Él solo se reía. A partir de ahí nació una amistad que sólo logró romper el amor, una relación de cinco años que terminó por diferencias en sus metas. Ella abandonó el país para conocer el mundo y él abandonó su mundo quedándose en su país. Cada uno hizo su vida y veintiún años después, ella regresó. Se volvieron a ver, rodeando un café. Antes de empezar la conversación, ella sacó un pequeño disco de su bolso. — No se imagina el miedo con el que he traído esto —le dijo sonriente mientras le entregaba el disco de resina con la pareja de escarabajos—. Son de África. Él le agradeció con una sonrisa en la cara. La conversación continuó por varias horas, se despidieron con un fuerte abrazo. Fue la última vez que se vieron. Cuando terminó de contar la historia, se limpió una lágrima. Su hija lo observaba con tristeza. — ¿Nunca ha pensado en volver a buscarla? Negó con la cabeza sin poder hablar. — ¿Quiere que lo deje solo? Afirmó y ella se retiró. Más tarde, ella, por sus propios medios, había comenzado a investigar. Fue cuestión de minutos y ya tenía su nombre completo, sus redes sociales, su último número de teléfono y su fecha de fallecimiento.
Sobre este cuento
Título: Eudicella gralli.
Autor(a): Edgardo Sibajaraya.
Estilo(s): Drama. *
Estilo narrativo: Tercera persona. *
Personajes: . *
Ambiente: Habitación de la casa, contexto contemporáneo. *
Sinopsis: Un hombre reflexiona sobre su vida mientras observa un disco de resina con escarabajos, un regalo de un amor pasado. *
Tema principal: Amor perdido y nostalgia. *
Punto de giro: El narrador cuenta a su hija la historia detrás del disco de resina, revelando un amor perdido que nunca volvió a buscar.. *
Mensaje o moraleja: El pasado puede dejar una marca indeleble, y la nostalgia por lo perdido puede influir en la manera en que vivimos el presente.. *
Sentimientos: nostalgia tristeza reflexión
* Información generada parcialmente con herramientas de inteligencia artificial.
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