400 moscas
Autor(a): Edgardo Sibajaraya
De pronto, estaba ahí, en un mundo recién nacido o recién creado por mí, o al menos eso creía o quería creer. No estaba seguro de nada, nada más que de pronto estaba ahí y una preocupación gigante me llenaba la cabeza y la hacía pesada, dura de llevar, de alzar, de manejar. Mala forma de iniciar un nuevo mundo. La fetidez ya casi era insoportable, pero solo yo la notaba, o creía, o quería creer. No estaba seguro de nada, nada más que apestaba, ese olor inconfundible que hace a los zopilotes volar en círculos. Entonces caí en la cuenta de que en ese mundo recién nacido, recién creado, había matado a alguien, y no solo eso, lo había enterrado, pero en una ubicación tan absurda que ahora peligraba que me descubrieran y se dieran cuenta de todo. Pero, ¿cuándo pude haber matado a alguien? Yo, que no tengo el coraje ni para matar a un ratón, ¿cómo pude matar a alguien? ¿Y por qué? Odio a la mayoría de personas, pero no al nivel de matar, ¿o sí? ¿Y a quién maté? Pensaba mientras el olor a mortandad llenaba mis adentros y casi me provocaba arcadas. No tenía respuestas, era difícil concentrarme, el olor, otra vez, el olor, tengo que insistir en el olor. ¡Qué asco! ¡¿Qué estaba pasando? De repente, mis miedos se hicieron realidad. Alguien entraba al patio donde yo mismo había enterrado el cuerpo, y con entierro me refiero a esconder el cuerpo bajo treinta centímetros de tierra y colocarle una tabla encima. No podría distinguir la cara de quien entraba a la escena, pero sabía que era una mujer de unos cincuenta años, tal vez más. Era conocida, pero por más esfuerzo, no pude descifrar quién era. ¡Mierda! Intenté esconderme, pero no pude. No me pude mover, con la suerte de que la señora, ¿conocida?, que daba vueltas en el patio intentando encontrar de dónde provenía la hediondez, parecía no verme. Dio un par de vueltas más y regresó por donde vino, ¿de dónde vino? Tampoco lo sabía. No encontró nada, pero despertó todos mis nervios. Apenas no hubo señales de ella, corrí al sitio donde había enterrado el cuerpo, levanté la tabla y unas cuatrocientas moscas volaron al mismo tiempo, haciendo un sonido tan desagradable como los minúsculos pedazos de carne podrida que les colgaban de las patas. Se fueron solo para revelar al menos un centenar de gruesos gusanos blancos que parecían brillar con la luz, ¿luz de sol? No lo sé. La cara ya no era reconocible y el cuerpo parecía que alcanzaba a moverse. Solo eran los gusanos que por dentro hacían un festín que dejaría en ridículo cualquier bacanal. Una voz a lo lejos me anunció que la señora venía nuevamente, entonces intenté moverme, pero no pude. Podía escuchar la voz de ella con más intensidad, pero mis pies estaban pesados, como si en vez de piernas tuviera un par de grandes bloques de cemento. Pude escuchar sus pasos. “Vení para ver si vos sabés de dónde viene ese hijueputa olor”, venía acompañada y yo mordía con todas mis fuerzas, haciendo el mayor esfuerzo por moverme de ahí. Era imposible. Me salían lágrimas de impotencia. Escuché cómo metían la llave en el cerrojo de la puerta, escuché cómo la giraron, cómo desbloqueaba aquel mecanismo y cómo las bisagras emitían un sonido agudo mientras se abrían. Dos pasos más dio la señora antes de gritar. —¡Tomás! Me vio, me reconoció. Lloraba de impotencia. Bajé mi cabeza con la resignación de un futuro recluso, sensación que solo un preso puede llegar a entender y también yo. La volví a ver. Era mi madre y ahora corría hacia mí. Cuando estuvo a escasos cincuenta centímetros, se detuvo, vio el cuerpo y vomitó. Veía al cuerpo, pero no a mí, y empezó a llorar desconsoladamente. Mientras se limpiaba el rosado vómito de su boca, volvió a pronunciar mi nombre: “Tomás, Tomás, ¿cómo pudiste?”. No podía ni verme mientras lloraba, creo que le incomodaba. Intentó acercarse un poco más, estaba justo al frente mío, y aun así centraba la mirada en el cuerpo putrefacto que yacía a mi lado. Con mucho esfuerzo intenté estirar un brazo para tocarla, le puse la mano en el hombro y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Volvió a ver, pero no me vio y entonces lo entendí todo.
Sobre este cuento
Título: 400 moscas.
Autor(a): Edgardo Sibajaraya.
Estilo(s): Suspenso. *
Estilo narrativo: Primera persona. *
Personajes: . *
Ambiente: Un patio, contexto onírico o de pesadilla. *
Sinopsis: Un hombre descubre horrorizado un cadáver que no recuerda haber matado y enfrenta la aparición de una figura conocida en la escena. *
Tema principal: Culpa y confusión. *
Punto de giro: La madre del narrador descubre el cuerpo y reacciona con horror, lo que revela la naturaleza espectral del narrador.. *
Mensaje o moraleja: La incapacidad de enfrentar la realidad puede llevar a una distorsión completa de la percepción y a un encierro mental.. *
Sentimientos: desesperación miedo repulsión
* Información generada parcialmente con herramientas de inteligencia artificial.
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