Por sexta vez en la semana, en la intimidad de él y su teléfono, abrió la aplicación de correo y redactó: Hola, bonita, Ayer otra vez sentí que dormí con usted, su cabeza recostada en mi pecho mientras mis dedos se internaban entre su gruesa cabellera negra. Fue curioso que por primera vez pude sentir su dulce fragancia, aquella baratija de tienda por departamentos que tanto le encantaba. Su brazo descansaba sobre la parte baja de mis costillas y, así, poco a poco, me fue ganando el sueño. Me sentí triste porque otra vez no me habló. Noche a noche, el tono de su voz ha ido confundiéndose con todos los registros que hay en mi cabeza. Sería bonito escucharla de nuevo, ¿sabe? Me encantaría que me contara una de sus ideas, una anécdota o alguno de aquellos chistes terribles. La extraño tremendamente, bonita. Envió el mensaje, se secó las lágrimas y, casi de inmediato, la notificación de un correo nuevo rompió el silencio de la noche. La bandeja de entrada del buzón destino se encuentra llena… Él ya lo sabía… Borró el mensaje, bloqueó su teléfono, lo puso en su mesa de noche e intentó encontrar sueño. Lo arroparon tres años, cinco meses y ocho días de experiencia. Durmió, tomando fuerza para soportar un día más en un mundo sin su hija.