Félix

Autor(a): Edgardo Sibajaraya


La alarma sonó a las 4:00 a.m. como todos los días, excepto los lunes. El día anterior le habían cortado la electricidad y a esa hora, en su apartamento, todo era una profunda oscuridad. Buscó su teléfono para encender la luz y una advertencia le recordó que solo tenía 1% de batería. Casi de inmediato se apagó. Caminó a tientas hasta la cocina, prendió una vela, saludó a Félix, su gato, puso a hacer café para uno y se metió al baño. Félix jugaba con una cucaracha que huía de la luz. La correteó hasta que uno de sus zarpazos alcanzó a golpear la vela, que cayó sobre el paño de secar los platos, cerca de las cortinas. En menos de ocho minutos, el pequeño apartamento era un infierno. Cuando Javier intentó salir del baño, ya era demasiado tarde. Félix era un gato gris, flaco, tierno e inquieto. Hacía unos seis años —tal vez siete— fue encontrado en un basurero por Sofía. Ella sabía que no podía quedárselo, pero víctima de la ternura lo recogió y lo llevó temporalmente a su casa. Después de intentar explicarle a su mamá que era algo temporal, sin resultados positivos, le mandó un mensaje a Javier. Sofía: Javi, necesito que adopte un gato que está en mi casa. Javier: No, Sofi, imposible, no tengo plata para mantenerme ni a mí. Sofía: Yo le compro comida, es que usted sabe que mami… Después de un par de mensajes más, lo había convencido. Ese día, Sofía se despertó a las ocho y veinte, apagó la alarma con dificultad, se estiró un poco, fue a su escritorio, encendió la computadora del trabajo y se dirigió a la cocina por café recién hecho. Apenas se asomó a la cocina, su mamá la abrazó con fuerza en medio de un llanto compasivo. Sofía no entendía nada, apartó a su mamá con cuidado y le preguntó qué sucedía. Para entonces, su nivel de alerta estaba al tope. Su mamá la sentó en una de las sillas del comedor, le sirvió el café con las manos temblorosas, tomó aire y le dijo: —Sofi, el apartamento de Javier se incendió… Sofía abrió los ojos como platos. —…no han podido confirmar que es él, pero encontraron un cuerpo quemado. Sofía no escuchaba nada. Un pitido invadía sus oídos, su respiración se aceleró, su garganta se hizo un nudo, su cerebro colapsó. Abrazó a su mamá con fuerza y rompió en llanto. Intentó controlarlo, cogió su café y se fue a su cuarto. —Sofi, cualquier cosa que necesite, me dice. Asintió con la cabeza mientras se limpiaba las lágrimas y seguidamente cerró la puerta de su cuarto. Cuando estuvo en la intimidad de su soledad, se rompió. Cerró la computadora de golpe y cayó al piso, ahogando un llanto incontrolable. Abrazaba sus piernas en posición fetal mientras miles de recuerdos se encargaban de mantener y aumentar su dolor. Después de varios minutos —tal vez horas— se levantó con dificultad y tomó su teléfono. Nunca había tenido tantas notificaciones. Respondió solo al de su amiga: Sofía: Estoy bien, Liz, hecha mierda pero bien, gracias. Dejó el teléfono a un lado y se acostó en su cama. Intentaba concentrarse, no en estar bien, eso era imposible de momento, pero en intentar entender la vida un poco, en comprender ese humor ácido y grosero del que algunos llaman Dios. Javier y ella eran un amor en estado potencial de años, que se negaban a avanzar por miedo a perderse. Después de un rato de estar viendo el cielo raso, se resignó a no intentar entender y a ser un poco más profesional en el arte de flotar en la vida. A las 6:00 p.m., su mamá entró al cuarto y la despertó. —Sofi, ¿quiere comer algo? Sofía abrió los ojos con dificultad. Afuera ya estaba oscuro e inmediatamente recordó su situación, sintió que le cayó encima, aplastándola nuevamente. Tragó saliva y respondió. —Regálame café, porfa. Voy a salir. Su mamá la volvió a ver con desconfianza. —Tranqui, ma, a caminar un rato. Salió de su casa, no sin antes terminar la jarra de café. Se puso un cigarrillo detrás de su oreja izquierda, otro en la boca y caminó hasta la parada del bus. Botó medio cigarrillo y se subió al bus que la llevaría hasta su destino a unos seis kilómetros de ahí. Se bajó, prendió el otro cigarrillo y caminó unos trescientos metros. Aún olía a quemado. Tuvo varios sollozos que intentó suprimir. Observó todo desde fuera y después se sentó en la banca de enfrente, donde acostumbraba sentarse con Javier a fumar y hablar de cualquier cosa. Vio la frase que habían escrito hacía unos cuantos años: “El amor es para siempre, solo cuando es imposible.” Mientras leía, una lágrima se deslizó por su mejilla derecha. Lloró un rato más a solas, ignorando a unos pocos curiosos que se asomaban irresponsablemente. De pronto sintió como una cabeza peluda se rozaba en sus botas. Sonrió entre llanto cuando Félix le maulló y seguidamente brincó a sus piernas. Sofía cargó a Félix y antes de irse volvió a ver los restos del antiguo apartamento. Recogió un carbón, tachó la segunda parte de la frase y se despidió con la mano, como antes, como siempre, como la última vez, como queriendo decir adiós a quien ya se fue.

Sobre este cuento

Título: Félix.

Autor(a): Edgardo Sibajaraya.

Estilo(s): Drama. *

Estilo narrativo: Tercera persona. *

Personajes: . *

Ambiente: Apartamento de Sofía, apartamento quemado de Javier. *

Sinopsis: Una mujer enfrenta la trágica noticia del incendio que mató a su amigo Javier, encontrando consuelo en su gato Félix. *

Tema principal: Tragedia y consuelo. *

Punto de giro: Sofía descubre que Javier murió en el incendio, encuentra a Félix y se despide del lugar con tristeza.. *

Mensaje o moraleja: El amor y las conexiones emocionales pueden persistir incluso después de la tragedia, ofreciendo consuelo en momentos de dolor.. *

Sentimientos: tristeza desesperación alivio

* Información generada parcialmente con herramientas de inteligencia artificial.


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