Lluvia de vidrio templado
Autor(a): Edgardo Sibajaraya
Sergio entró a la cocina en silencio y se sentó a la mesa. Su mamá lo vio decaído un día más; llevaba tiempo así y ella sabía lo que su hijo cargaba, pero prefería no preguntar. La mayoría de veces terminaba mal. Extrañaba las cenas divertidas y escandalosas que solían tener. Le sirvió la cena: pinto, huevo frito, un poco de macarrones recalentados y maduro. Se sirvió ella también un plato idéntico, cada uno acompañado de un vaso de fresco de mora natural. —¿Sergio? —preguntó ella para medir el terreno. Eso bastó. Sergio reventó en un llanto incontrolable, una crisis más. Tenía fuertes sollozos mientras le agarraba la mano a su mamá. Matilde lo dejó llorar, le acariciaba la mano, le ofrecía fresco de vez en cuando, y esperó pacientemente a que se calmara y pudiera hablar. Sabía que sería una historia muy parecida a las anteriores y no se equivocó. Sergio tenía trece años. —Ma, estuve a punto. Estábamos viendo una película —se refería a su círculo cercano de amigas y amigos del cole— y me levanté decidido a decirles. Quién sabe cómo me levanté, que el carepicha de Kenny dijo: "¿Vieron a Sergio cómo se levantó, toda alocada?" y todos se empezaron a reír. Hasta yo tuve que hacer que me reía. Para entonces, su mamá ya se había acercado y le acariciaba el pelo. Sergio respiraba con dificultad. El pinto se enfriaba. —Mami, coma, se le va a enfriar. —Coma usted también. Los dos se enderezaron en sus sillas para empezar a comer y justo antes de iniciar, ella lanzó una pregunta. —¿Nunca ha pensado hablar solo con Kenny? Sergio interrumpió el primer bocado justo antes de que tocara su boca. La miró fijamente e inclinó su cabeza hacia su hombro izquierdo. —¿Qué cree que pasaría? —Yo, que no lo conozco como lo conoce usted, pero sabiendo que han sido amigos hace años, estoy segura de que él entendería y hasta puede que sea de ayuda, para él y para usted. —¡Yo no tengo que ayudarle a ningún hijueputa que… —Sergio levantó sus murallas. —¡Ay, Sergio, no empiece con esa cantaleta! Yo no le estoy diciendo que tiene que ayudar a nadie. Le estoy diciendo que eso puede ayudarle a usted y, por consiguiente, a los demás —su madre le puso un límite. Silencio, del incómodo, del orgulloso, del dañino. Cada uno dio un bocado. Estaba muy bueno. Qué digo "muy bueno", estaba exquisito. Los macarrones habían caramelizado la poca salsa de tomate que les quedaba y eso había intensificado el sabor y una textura pastosa que contrastaba junto al pinto y la yema del huevo terminaba de amalgamar. Era una fusión magistral en boca. Claro que ninguno dijo nada, el clima estaba tenso. Sergio destapó la chilera casera y se sirvió unas rodajas de pepino encurtidas con chile panameño y cebolla. Matilde —su mamá— se lamentó de no haberlo hecho antes; ahora no podría hacerlo después de él. El orgullo hacía tambalear las patas de la mesa. Siguieron comiendo en silencio, ambos dejaban el maduro para el final. Su madre lo había planeado todo. Se apuró un par de bocados para terminar antes e ir a la refri por el queso tierno para comerse el maduro. Lo puso de su lado de la mesa, se partió una tajada medio delgada y medio gruesa y la puso encima del maduro. Con el tenedor, partía trozos de plátano maduro que, con el queso tierno en la boca, las texturas se encontraban haciendo un bocado no solo delicioso, sino complejo, frío-caliente, dulce-salado, vegetal-animal, tropical y de montaña. Lamentablemente para él, su madre había dejado el queso al otro lado de la mesa y hablarle significaría perder la batalla, pero perder la batalla significaba terminar la cena con broche de oro, los tres bocados que había estado esperando desde que inició a comer. —Puta sal, ma, páseme una tajadita de queso, porfa —dijo en medio de una sonrisa escondida, pero no mucho. Su mamá lo complació, le sirvió el queso, con una sonrisa victoriosa que no se esforzó ni un poquito en esconder. —Le voy a hacer caso, ma. Mañana voy a intentar decirle a Kenny. Terminaron de comer. Sergio recogió la mesa y ordenó la cocina, antes de darle un beso a su mamá e irse a jugar en su celular hasta altas horas sin importar lo que estaba a punto de decirle su mamá. —¡No juegue hasta muy tarde! —Sí, ma. Ella sabía que tenía esa batalla perdida, pero tenía que demostrar quién mandaba ahí. Al siguiente día, toda su jornada laboral la pasó pensando en su hijo saliendo del clóset en su colegio. Todo lo que esto le aliviaría su día a día, su tranquilidad en cada cena, que era la única comida que podían hacer juntos entre semana. Se imaginaba cenas como las de antes, tranquilas, felices, hablando tonteras y enseñándose videos graciosos. Quería mucho saber cómo había salido todo, pero no quería escribirle, sabía que eso no le gustaba. Así que esperó hasta regresar a su casa. El llavín desbloqueando el mecanismo hizo que la puerta de metal resonara en toda la pequeña casa. Colgó su bolso en los ganchos del pasillo, colgó también sus llaves y, mientras se quitaba los zapatos, avanzó al cuarto de su hijo. Cuando abrió la puerta, levantó la mirada e inmediatamente cayó al piso en pedazos, como cuando un vidrio templado es atravesado por una piedrita, miles de fragmentos que ni la mejor armadora de rompecabezas podrá jamás unir, hasta la fecha.
Sobre este cuento
Título: Lluvia de vidrio templado.
Autor(a): Edgardo Sibajaraya.
Estilo(s): Drama. *
Estilo narrativo: Tercera persona. *
Personajes: . *
Ambiente: Casa de Sergio, cocina, cuarto de Sergio. *
Sinopsis: Sergio, un adolescente, enfrenta sus miedos y revela su sexualidad, mientras su madre espera ansiosamente su regreso. *
Tema principal: Revelación y aceptación. *
Punto de giro: Sergio decide contarle a Kenny sobre su sexualidad, y su madre espera ansiosamente los resultados. Al regresar a casa, encuentra a Sergio en una situación devastadora.. *
Mensaje o moraleja: El proceso de aceptación personal y revelación puede ser un camino lleno de obstáculos y dolor, afectando profundamente a quienes están cerca.. *
Sentimientos: tensión esperanza desolación
* Información generada parcialmente con herramientas de inteligencia artificial.
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