Por favor no grite (Capítulo 1)
Autor(a): Edgardo Sibajaraya
El señor de bienes raíces —que no era como los de Hollywood— no paraba de hablar, pero no me hablaba describiéndome la propiedad, me hablaba enseñándome y explicando cómo sacar un préstamo, me hizo un paso a paso, intentó preguntar por mi salario varias veces; no lo logró. Luego me contó que él tiene amigos expertos en formalizar créditos. Si de verdad esta propiedad no me importara tanto, me hubiera ido al segundo minuto.
Era un terreno no muy grande, 235 metros cuadrados, y en la esquina noreste una pequeña casa de unos 50 metros cuadrados. La casa requería algunos arreglos, pero estaba habitable. Salimos del cuarto a la cocina y una brisa fresca me acarició la cara. Intenté encontrar la fuente, pero no había ventanas abiertas. Retrocedí. Con el fin de repetir aquella sensación, justo un paso después de la puerta del cuarto se sentía una brisa fresca, sana, limpia. Una naciente de aire fresco estaba ahí encerrada. Justo en ese lugar.
—¿Siente eso? —le pregunté al señor de bienes raíces.
—Esa es la ventana del baño que está abierta, cuidado con los pedazos de vidrio, qué pena —me dijo, esquivando la conversación y unos trozos de un frasco de vidrio que había en el piso—. Lo importante aquí es que usted sepa que le pueda alcanzar con su salario para poder optar por el crédito…
Sabía que no era la ventana del baño. El aire de afuera olía a gasolina, perfumes, comida; el de la naciente no. El de la naciente era como estar solo en una montaña en lo alto de Heredia y dejarse golpear la cara por los vientos de allá, dar una bocanada y sentir cómo se limpia y, a la vez, enfría todo el interior. Era maravilloso.
Pasé tres veces más por ese punto y, a la cuarta, estaba seguro de que quería esa casa. El señor de bienes raíces seguía hablando, yo ya no lo escuchaba. En mi cabeza solo pensaba lo increíble que sería comprar una casa con una naciente de aire adentro.
Por fin terminamos el tour. Llegaba la hora de la verdad.
—Bueno, el precio del inmueble es de cincuenta millones, pero si tiene cuarenta y cinco yo puedo hablar con mi cliente.
Empecé a pensar qué salario tendría que tener para optar por esa cifra. Yo, un oficinista común, intentando comprar una casa sin saber absolutamente nada al respecto. Lo que sí sabía ahora es que, si negociaba directamente con el dueño, seguramente saldría en cuarenta millones. Lo había visto en un video de Instagram.
—¿Cómo lo ve? —me volvió a preguntar, sacándome con violencia de mis pensamientos.
—Me parece muy buen precio, ajustado al presupuesto y en el rango de las diferentes propiedades que he visto últimamente.
Lo cierto era que no sabía muy bien qué significaba "presupuesto", no había visto más propiedades y no tenía ni idea de si ese era un buen precio o no.
Así que comencé por ahí. Le pedí al señor de bienes raíces un plano de la propiedad. Ahí vendría el número de la propiedad; con esto encontraría el nombre del propietario. Ahora solo necesitaba hablar con él y conocer el precio real. Al día siguiente fui a la municipalidad y les conté que quería hablar con el dueño de ese lote por un problema con aguas. Sabía que no me darían información, pero dejé la denuncia. Claro que podrían contactarme a mi número de teléfono. Ahora solo faltaba esperar.
Tres largos días, pero por fin, un día mientras almorzaba, un número extraño llamaba a mi teléfono. Respondí rápidamente. ¡Era ella!
Le dije de entrada que me disculpara, que yo no tenía ningún problema de aguas y que lo único que quería era saber el precio real de la propiedad, sin intermediarios.
Pude escuchar una sonrisa al otro lado. Sonaba a una señora mayor. Le conté de mi horrible experiencia con el hombre de bienes raíces y escuché carcajadas.
—Es mi hijo —me dijo en medio de la risa. Luego continuó—: Sí, habla mucho ese muchacho, ya le he dicho.
—Perdón —le dije, auténticamente apenado.
—No se preocupe.
Cuando calmó su risa, y después de toser y aclararse la garganta, me hizo tres preguntas un tanto… inusuales: ¿Cómo sería la dirección que daría cuando pidiera pizza?, ¿cuál sería el primer cambio que le haría a la casa?, y, por último, ¿arrancaría el árbol de romero que está en medio de la entrada?
No supe bien qué responder, quedé en blanco unos segundos y emití una risa nerviosa e incómoda.
—Son buenas preguntas, pero necesito tiempo para responderlas —fue como esas cosas que uno dice con los ojos cerrados, como para evitar odiarse más.
Hizo una pausa más larga que corta y luego me dijo:
—El precio es de cuarenta millones. No es negociable.
Lo dijo con la misma dulzura del comienzo. Me despedí agradeciendo su sinceridad, le dije que pronto estaríamos en contacto y, antes de colgar, me preguntó mi día y mes de nacimiento.
—Virgo. No creo que vuelva a llamar.
Rió y colgó.
Sobre este cuento
Título: Por favor no grite (Capítulo 1).
Autor(a): Edgardo Sibajaraya.
Estilo(s): Contemporáneo. *
Estilo narrativo: Primera persona, introspectivo, con humor sutil y crítica social. *
Personajes: . *
Ambiente: Una zona urbana costarricense; recorrido por una casa en venta; oficina municipal; contexto inmobiliario actual. *
Sinopsis: Un oficinista común se obsesiona con una casa que guarda un secreto invisible: una misteriosa naciente de aire puro. Su búsqueda por obtenerla lo lleva a romper las reglas del mercado y a conocer a una dueña con preguntas inusuales.. *
Tema principal: El deseo de poseer un lugar propio cargado de significado personal, enfrentando la lógica fría del mercado inmobiliario.. *
Punto de giro: Cuando el narrador logra contactar directamente a la dueña de la casa, quien resulta ser la madre del agente. *
Mensaje o moraleja: A veces los detalles más sencillos —como una bocanada de aire— nos revelan lo que realmente importa, y nos impulsan a desafiar las normas establecidas.. *
Sentimientos: deseo incomodidad fascinación
* Información generada parcialmente con herramientas de inteligencia artificial.
Este cuento pertenece a una serie
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