La Última Vez. Parte II
Autor(a): Edgardo Sibajaraya
—¿Lista, abue? —Ay, no, mijita, yo no debería ir hoy, justo hoy me pongo mal del estómago. —Abuela, no haga feo, eso es una cagadera nerviosa, de esas que se pasan cuando ya llega al lugar. —¿Segura? —Va a ver que sí, vamos, que ya pasa el bus. La semana anterior, bajo la insistencia de su nieta, la abuela había llamado a uno de sus tres exnovios. Él ya no tenía pelo, se lo habían quitado sus tres hijos y su esposa, palabras de él. Contaba ya con 38 años de casado, ni feliz ni triste, palabras de él. Pagaba el alquiler ya que su mal pagado trabajo nunca le dio para comprar una casa y, aun así, la llamada terminó con un “yo pago la cuenta”, palabras de él. Quedaron de verse el próximo viernes en la noche en el restaurante de un hotel josefino. Ella propuso el lugar, atrevimiento tal vez, culpa de su nieta. La nieta tuvo que correr, el bus estaba a punto de irse. —Señor, espere un toque, ya viene mi abuela —le dijo al chofer. Él le arrugó la cara y ella le devolvió una mirada cargada de maldiciones, que lo obligó a esperar sin decir una palabra. Al poco tiempo llegó la abuela y se subió no sin antes dar las buenas tardes y agradecer la espera, el chofer no respondió. —La próxima vamos en taxi, abue. —¿Por qué? A mí me gusta andar en bus. —No vio la cara que hizo ese hijueputa. —Diay, mamita, no ve qué trabajo tiene, ya la veo a usted con un trabajo así a ver si anda pelando los dientes a todo mundo. No dijo nada, su abuela tenía razón. Lunes, semana de la cita. Su nieta la llevó de compras, parecían dos muchachas de la mano, caminando por el centro comercial. La abuela compró tres mudadas y ella se compró cinco. No, no es un estereotipo, ella lo necesitaba... según ella. Eran las seis de la tarde de un viernes ventoso, hora en la que había sido pactada la cita, en la puerta del hotel Don Carlos. Un elegante, nervioso y bien oliente señor de 65 años esperaba a la mujer que a sus 15 años le había robado el corazón; llevaba tal vez unos 30 años sin verla. Y aunque la idea de ir a cenar con ella le parecía descabellada, había aceptado, porque nunca antes, en sus 65 años de vida, una mujer lo había invitado a cenar y nunca es tarde para un “sí”, pensó en aquel momento. De repente, vio cómo una elegante y hasta guapa mujer se acercaba. Trató de esconder la panza en su abrigo; al segundo intento fallido, renunció. Sonrió, porque le fue inevitable no transportarse a su juventud, cuando la esperaba cerca de la plaza del pueblo. Hacía tantos años de eso, hacía tantos años no dibujaba esa sonrisa en su rostro; de repente, un puñado de mariposas empezó a moverse en su estómago. Fue increíble. “No han muerto”, pensó. Se saludaron con un fuerte abrazo, tan fuerte que hizo que alguna lágrima intentara salir. Se soltaron e, inmediatamente, los dos bajaron sus cabezas y se limpiaron los ojos, como disimulando, como no queriendo… como no mostrándose. —¿Vamos? —le dijo él, mientras le ponía la mano en la espalda baja y la invitaba a pasar. La nieta veía todo, escondida desde el gran edificio vecino; se emocionó, casi tanto como ellos, y encendió un cigarro para celebrarlo. Antes de irse, le había dejado dicho a su abuela que le avisara si iba a pasar la noche ahí o no. Cogió un taxi. —A la California, por favor. El miércoles de esa semana, había llevado a su abuela al salón de belleza. Les tiñeron y recortaron el pelo, manicura y pedicura estaban en descuento, tuvieron que hacerlo. —¿Usted qué sabe, abuela, si se pone juguetón y le da por chuparle los pies? —¡Ay, oiga a esta cochina! —¿Cómo cochina? Usted no conoce, abue… En el Don Carlos: —¿Cuánto tenemos de no vernos? —Ni sé ya, que pueden ser unos 20 años. —¡Qué va!, más. —Diay, es que ya uno ni sale. —Seguís guapa, sabés. No dijo nada, ya se le había olvidado cómo reaccionar cuando un hombre le decía eso. —No diga tonterías. Ella pidió dos copas de vino como entrada, recomendación de su nieta. Comieron una cena ligera y una copa más, sumaron otra hora de conversación y con ella una copa más. Cuando se dio cuenta, su zapato estaba en el suelo y su pie acariciaba la pantorrilla de su ex de juventud. “¿Qué estoy haciendo?”, se preguntó por un momento, no se respondió y lo siguió haciendo. Él la veía con encanto; no estaba enamorado de ella, pero estaba enamorado de lo que lo estaba haciendo sentir. Tomó una copa más, un tinto con dejo a valor. —¿Querés pasar la noche conmigo? —preguntó él con voz temblorosa. De repente, todo se movió en su cabeza y no fueron las tres copas de vino las que hablaron cuando quien dio el “sí” fue ella. Sacó su teléfono y con el acostumbrado costo de una persona mayor de cincuenta años, escribió a su nieta. Abuela: Vaya a la casa, voy a dormir acá. Su nieta estaba en las afueras de algún bar, fumando el que prometió sería el último cigarro de la noche. De repente, su teléfono vibró. Leyó el mensaje y una sonrisa invadió su rostro. Botó su cigarro al suelo, entró al bar, directo a la barra, pidió un Jack Daniels doble y brindó con nadie. Sonaba The Clash, todo era perfecto. Caminaron tambaleantes a la habitación. Él la acostó en la cama, le quitó los zapatos y le besó los pies antes de intentar comerlos. Recordó a su nieta antes de entregarse a aquel placer recién descubierto. Duró poco, pero fue perfecto para ambos. Terminaron los dos agotados, sudados, olían a buen sexo, con un poco de remordimiento y mucha pasión. Después de unos minutos, cada uno fue al baño, y luego se acostaron. Ella encontró en el pecho de él la almohada que la ayudaría a conciliar el sueño toda la noche; él encontró su espalda: una de las mejores vistas que cualquier fotógrafo desearía. Y así durmieron, hasta el siguiente día. Abuela: Venga a almorzar hoy. Fue el mensaje que leyó apenas despertó. Eran las 11 de la mañana y un dolor de cabeza no la dejó levantarse. A las doce despertó nuevamente, se puso algo de ropa y fue a la casa de su abuela. —¿Y? Su abuela bajó la mirada en un intento por esconder una pícara mueca que no le cabía en la cara. —Cuénteme, abue, ya ahora sí tiene la historia de su última vez. —No. —¡¿Cómo que no?! Se quedó en silencio. —¿No se le paró al mae? —Sí. —¿Entonces? —No será la última vez.
Sobre este cuento
Título: La Última Vez. Parte II.
Autor(a): Edgardo Sibajaraya.
Estilo(s): Realismo. *
Estilo narrativo: Tercera persona. *
Personajes: . *
Ambiente: Ciudad, restaurante, hotel. *
Sinopsis: Una abuela se reencuentra con un exnovio y redescubre la pasión con la ayuda de su nieta. *
Tema principal: Redescubrimiento y segundas oportunidades. *
Punto de giro: La abuela acepta pasar la noche con su exnovio y descubre que no será la última vez. *
Mensaje o moraleja: Las segundas oportunidades pueden traer nuevas y emocionantes experiencias, sin importar la edad. *
Sentimientos: nerviosismo emoción pasión
* Información generada parcialmente con herramientas de inteligencia artificial.
Este cuento pertenece a una serie
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