Ellos
Autor(a): Edgardo Sibajaraya
Por fin, después de estar pensándolo todo el día, se decidió, tomó su teléfono y le mandó un mensaje: “Ayer soñé con usted”. Ella lo leyó y lo ignoró. Él se sintió tonto, desesperado, vacío, arrepentido. Ahora sabía que lo que restaba del día lo pasaría mal. Ella lo había leído justo cuando entró a la recepción de un hotel de montaña donde pasaría el fin de semana con su pareja. Lo cerró rápidamente e intentó olvidarlo. Lo logró en el momento que metió la llave en la puerta de la habitación y la cerradura cedió. Él se sirvió una copa de un tinto barato y prendió un cigarro, maldijo a los sueños. Pero ¿qué culpa tienen ellos? Ahí están, existen solo para recordarnos que olvidar es imposible. Ella, acostada boca arriba, recibía las embestidas lujuriosas de su pareja; lo disfrutaba, lo había estado esperando toda la semana y, de repente, su teléfono sonó nuevamente. No, no fue él. Pero ella pensó que sí y la atención se perdió; de repente, su novio temblaba en un orgasmo glorioso y ella volvió a la realidad. Él prendió otro cigarro, el décimo, y llenó la cuarta copa de vino. Revisó el teléfono una vez más, nada: “Hija de puta”, vociferó. Decidió salir a caminar, una vuelta en la Sabana siempre le hacía bien. Ella le dio un sorbo más a su capuchino con canela y, de pronto, se le antojó un cigarrillo, raro en ella. Lo reprimió y le dio un beso a su novio. “Te amo”, le dijo. “Lo sé”, respondió él. Él regresó de su caminata con ánimos renovados, ya casi no pensaba en ella. Borró la conversación y encendió el televisor: decidió que terminaría el día junto a Tarantino, un conjunto de judíos emputados y lo que quedaba de su botella de vino. Una vez que se abre hay que terminarla, siempre. Ella sirvió dos copas y le dio una a él, su amante, su pareja, su hoy; la noche prometía ser perfecta, afuera un frío que hacía erizar la piel y una luna llena que actuaba como el mejor afrodisiaco. Con poca o muy poca destreza, él encendió la chimenea. Chimeneas en el trópico, ridícula y patéticamente romántico. Esquivó un par de grupos españoles y le dio play a Pink Floyd. Coger con Pink Floyd, ¿algo más? Él reía mientras disfrutaba cómo le destrozaban la cara a Hitler. El sueño empezaba a hacer su aparición junto a su paz interior, respiraba tranquilo, hasta que una notificación de mensaje le quitó la calma; inmediatamente llegó otra. “Termino la peli y lo reviso”, se dijo. No disfrutaría lo que quedaba de la película. Ella le pidió un tiempo para ir al baño justo antes de que le metiera las manos entre los calzones, tomó su teléfono sin que él lo viera y se metió al servicio. Escribió un mensaje y lo envió, se miró al espejo y se preguntó qué estaba haciendo. Abrió el tubo del lavatorio para maldecir en voz baja y completar la pantomima, mandó otro mensaje. No esperó respuestas y regresó a la cama. Él terminó la película al mismo tiempo que la botella de vino y abrió la ventana para fumar el último cigarrillo de la noche. Llevó con él su teléfono y revisó el mensaje; toda la calma que había ganado la perdió, eran dos mensajes de ella. Duró un par de minutos en decidirse a abrirlos, de repente se dio cuenta de que estaba sonriendo y odiaba que ella todavía pudiera hacerlo sonreír. Los leyó: “Perdón, no pude contestar antes”. El otro: “¿Qué soñó? Cuénteme”. Ella terminaba de fingir su orgasmo número tres, y seguía esperando que el maldito teléfono sonara al menos una vez; no pasó. Con prisa y algo de ira le practicó una mamada que lo hizo ver las estrellas en pocos segundos. Terminó y se dirigió al baño, se llevó nuevamente su teléfono, lo revisó, y nada. “Hijo de puta”, odiaba que la ignorara, pero más odiaba que todavía tuviera el poder de arruinarle el día, odiaba no olvidarlo. Él decidió no contestar, era una venganza, según él, una bien tonta. Decidió también que ese no era el último cigarro de la noche y que un whisky no le haría nada mal; buscaba compañía, una que sabía no podía tener. Maldijo a muchos santos antes de dar el primer sorbo de un Johnnie Walker platinum que llevaba guardado un par de años; ella se lo había regalado en el tercer aniversario de su relación. Ella intentaba dormir sobre el pecho de él, el reloj se acercaba agobiante y lentamente a las 4 de la mañana y su estúpido teléfono no sonaba. Él y ella se durmieron al mismo tiempo, pero no juntos. Vieron el mismo amanecer cada uno en una cama diferente, detestándose a la distancia, odiando las barreras, a ellos mismos.
Sobre este cuento
Título: Ellos.
Autor(a): Edgardo Sibajaraya.
Estilo(s): Realismo. *
Estilo narrativo: Tercera persona. *
Personajes: . *
Ambiente: Ciudad, hotel de montaña. *
Sinopsis: Dos personas lidiando con sus sentimientos mientras se encuentran en relaciones diferentes. *
Tema principal: Amor no correspondido y desamor. *
Punto de giro: Ella responde el mensaje de él después de ignorarlo. *
Mensaje o moraleja: La conexión emocional puede persistir a pesar de la distancia y las circunstancias. *
Sentimientos: desesperación anhelo odio
* Información generada parcialmente con herramientas de inteligencia artificial.
Este cuento pertenece a una serie
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