Como antes

Autor(a): Edgardo Sibajaraya


Cuando por fin contestó el maldito teléfono, sin previo aviso y con mucha rabia en su voz, le dijo: —¿Se acuerda de mami, pedazo de basura?... Y sin dejar que contestara, siguió: —...está muy mal, la acabamos de internar. Sin esperar respuesta, colgó y siguió conduciendo por el centro de San José. Del otro lado de la línea, Antonio se sintió como un pedazo de basura. Eran las 5:21 de la mañana y regresaba de una de las mejores fiestas a las que había asistido. Entró a su apartamento, fue directo al baño, salió, se hizo algo de tomar, se fue a la cama con su teléfono y le escribió a su hermana. Antonio: Me llamó Oscar para contarme lo de ma. Cuénteme cómo está, por fa. No se despegó de la pantalla de su teléfono, mientras cambiaba el estado de la conversación de "escribiendo…" a "grabando un audio" múltiples veces. Luego de un rato, le llegó el mensaje. Su hermana: Toni, hola. Pues eso, mami se puso mal y tuvimos que llevarla al hospital. Usted sabe que ya está muy mayor y tenemos que prepararnos. Sinceramente, yo la vi muy mal. Le voy a estar informando. Antonio: Gracias, Juli, perdón que aparezca hasta ahora. ¿Usted cómo está? ¿Cómo se siente? Juli no respondió el mensaje. Cuando lo leyó, giró los ojos hacia arriba y guardó el teléfono. Se apuró a despertar a sus dos hijos para que fueran al colegio mientras preparaba el desayuno; su esposo esperaba sentado en la mesa leyendo el periódico. Su vida le parecía un cliché patriarcal, y lo era. —¿Hablaste con el vagabundo de Antonio? —le preguntó su esposo asomándose por una esquina del periódico. —Qué le importa, Gustavo, estoy en carreras. ¿Me podría ayudar? —Jueputa, no puede uno decir nada aquí, mejor me voy. Tal cual, como si todo aquello en esa casa no fuera su problema, se levantó y salió en su carro. Antes de llegar al trabajo se compró una empanada, un café y todos sus problemas desaparecieron. Julia logró —una mañana más— terminar de preparar a sus hijos. Ahora que los dos habían salido de la casa, se apuró a ordenar un poco y encender rápido su computadora; a las 7:30 entraba a trabajar. Se acomodó el pelo hacia atrás, lo sujetó con una prensa, entró a su reunión matutina y saludó. Contestaron los diez jóvenes que tenía a su cargo con un "Buenos días, jefa". —Les he dicho que no me digan jefa —vaciló. Ellos también sonrieron y su mañana empezó a mejorar. Después de media hora, dio por terminada la reunión, se levantó, acomodó un poco la casa y se fue a bañar. Salió y echó un vistazo a su teléfono; ahora más tranquila leyó el mensaje de Antonio, su hermano de en medio. Julia: Toni, estoy bien. ¿Usted cómo ha estado? Antonio: Tengo muchas ganas de verlos, Juli. Quiero hablar con ustedes, sé que con Oscar será más difícil, pero al menos con usted. Julia: Ay, Toni, déjeme acomodarme un poco en la casa y le aviso cuándo. Antonio: Eso siempre termina en no, vamos hoy. Lleve a los chiquillos, vamos a comer. Julia lo pensó un par de segundos y, antes de responder, se encogió de hombros. Julia: Está bien, Toni, vamos. Antonio sonrió feliz y se sorprendió de sentir una felicidad auténtica después de tanto tiempo. Le escribió un “Gracias” y se acostó a dormir. Faltaban cinco minutos para las nueve. Julia dejó de trabajar a las cuatro, a las cuatro y treinta llegaban sus hijos y a las cinco su esposo. Se sentó esa media hora que le quedaba a solas y respiró en tranquilidad. Al mismo tiempo, Antonio despertó, se preparó un café y se sentó en el balcón de un quinto piso a contemplar cómo caía la tarde en San José. Oscar daba las últimas vueltas cerca del Mercado de la Coca-Cola, ahora a pie, estaba exhausto, enojado, triste, desesperado y pensó que la mejor idea sería ir por una cerveza. Justo cuando pensaba entrar a un bar no muy aseado, a los cincuenta metros, dentro de una caja de cartón, vio asomarse una cabellera anaranjada que conocía. Renunció a la idea de la cerveza, aceleró el paso y, cuando llegó, se sentó al lado de la cabeza de su hermana. —Te encontré, enana —tenía más de tres años sin verla. Ella se despertó con el desconcierto clásico de un drogadicto en la calle. Escuchó la voz de su hermano y, aunque la invadió la vergüenza, la tranquilizó su tono. —¿Le pasó algo a mami? —Sí. Salió de la caja, dobló su cobija, se sentó a la par de Oscar y lloró. —¿Cómo está mami? —logró decir un poco más tranquila. —Está internada, está muy mal. ¿Quiere ir a la casa, Fabi? —lo dijo cargado de toda esa esperanza maldita que lo acompaña a uno hasta ese momento cumbre donde todo depende de una respuesta. —Vamos —dijo ella. Oscar se sorprendió y quiso repetir la pregunta, pero ante el miedo de una corrección, levantó su brazo y abrazó a su hermana con mucha fuerza. Al poco tiempo, se levantaron y juntos se fueron a buscar el carro. Cinco minutos impedían que fueran las seis. Antonio había coordinado con Julia encontrarse en un restaurante de comida rápida cerca del Estadio Nacional. Esperó a que ella le confirmara la llegada para él bajar hasta ahí. La saludó con un fuerte abrazo y se sentaron en una mesa cerca de la ventana. —¿Y los chiquillos? —No quisieron venir, estaban cansados, fíjate. Sonrieron. Hablaron por más de media hora. Durante la misma, Antonio se había disculpado unas cuatro veces por haberla abandonado, sobre todo cuando escuchaba el desastre de matrimonio que tenía, y él apenas venía enterándose después de cinco años. Julia lo rebajaba con un “tranquilo, no es su responsabilidad” y, aunque tenía razón, ambos sabían que un oído atento y un abrazo sincero siempre son una invaluable ayuda en los peores momentos. Cuando Julia le preguntó por sus problemas, el único que se le ocurrió fue el tipo del piso de abajo que fuma en su balcón; sintió vergüenza. La charla cada vez era más amena, cuando de pronto una pareja que caminaba por la acera los hizo interrumpir su conversación de golpe. —¿Ella es Fabi… —empezó a preguntar Julia, abriendo los ojos como platos, y cruzó miradas con Antonio—… y con Oscar? —terminó. Julia se levantó de golpe, escondía una sonrisa entre una sorpresa agradable. —Mejor me voy —le dijo Antonio queriendo evitar una confrontación. —No se le ocurra, espéreme aquí —lo miró con ojos amenazantes. No pudo replicar. Julia le dio un fuerte abrazo a Fabiana, la cual no se lo esperaba, y Oscar, sorprendido, terminó por unirse. —¿Qué está haciendo acá? —preguntó Oscar sonriendo. Julia respondió volviendo a ver a la mesa donde estaba Antonio. La expresión de Oscar cambió drásticamente. Julia soltó a Fabiana, que se secaba las lágrimas, y saludó con un abrazo a Oscar. Mientras aprovechaba el abrazo para susurrarle: —Ni se le ocurra hacer una escena, nos vamos a sentar los cuatro juntos, como antes. Aceptó de mala gana y los tres juntos se fueron en dirección a la mesa. Antonio se levantó y le dio un fuerte abrazo a Oscar. —No me voy a disculpar, sé que usted odia eso —le dijo Antonio con la voz entrecortada. —Lo amo, idiota —le respondió sinceramente su hermano mayor. Antonio se limpió las lágrimas antes de fundirse en otro abrazo con su hermana menor. —Usted se va conmigo, enana. —Ahora me pelean mis hermanos. Sonrieron los cuatro mientras se sentaban a la mesa. Inmediatamente, una llamada al teléfono de Julia interrumpió el buen ambiente. —Aló… sí, con ella… lo sé… gracias. Volvió a poner su teléfono en el bolso y con los ojos húmedos se lo comunicó a sus hermanos. —Ya murió mami.

Sobre este cuento

Título: Como antes.

Autor(a): Edgardo Sibajaraya.

Estilo(s): Drama. *

Estilo narrativo: Tercera persona. *

Personajes: . *

Ambiente: Ciudad de San José, diversos lugares (casa, restaurante, calles). *

Sinopsis: Tres hermanos se reencuentran mientras enfrentan la inminente muerte de su madre y sus propios conflictos personales. *

Tema principal: Reconciliación y familia. *

Punto de giro: Los hermanos se reúnen después de años de separación y enfrentan juntos la noticia de la muerte de su madre.. *

Mensaje o moraleja: La familia y la reconciliación pueden proporcionar consuelo en tiempos de dolor y pérdida.. *

Sentimientos: tristeza nostalgia amor

* Información generada parcialmente con herramientas de inteligencia artificial.


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