—Terminé con ella, pero estoy bien. —No está bien. Cuando se vio envuelto en la más oscura depresión por haber terminado con ella, buscó a sus amigos, y ellos respondieron con burlas machistas o frases armadas e inútiles del estilo "todo va a estar bien" o "ponga todo en manos de Dios". Otros lo invitaban a emborracharse o a ir por unas putas. Los hombres y sus intentos por ocultar sus emociones. —De verdad, ayer estuve mal, pero ya hoy me siento mucho mejor. —¿Ya hoy se le olvidó que hace unos días amanecía con ella todas las mañanas y que eso le encantaba? Se detuvo un momento, como si uno tuviera que dejar de caminar para pensar. —Sí, ya todo eso está en el olvido. Caminaban de este a oeste, cruzando San José por la Avenida Central, esquivando personas con la agilidad de una rata, mientras un viento frío del norte los golpeaba en cada cambio de cuadra. —¿Quiere un cigarro? —Yo no fumo, pero fume usted, tranquilo. Prendió un cigarro mentolado y con sabor, los que fuman las personas que no saben fumar, y siguió su camino mientras aquella mierda lo hacía sentir mejor. —¿Lo hace sentir mejor el cigarro? —Sí, bueno, eso no quiere decir que esté mal, nada más que me gusta fumar. —¿Por qué no acepta que está mal? —Porque estoy bien. —¿Y esa presión en el pecho? ¿Ese desgano de comer? ¿Esas ojeras producto del no descanso nocturno? ¿Ese dolor de cabeza de 24 horas consecuencia del llanto? —Es normal. —No, no lo es. Es depresión, es ansiedad y tristeza que no va a desaparecer hasta que no la trate. —Yo estoy bien, no tengo nada que tratar —comenzaba a enojarse. De pronto, una notificación llegó a su teléfono. Su cabeza se llenó de ansiedad, su pecho de luz, su cara de una sonrisa escondida. En menos de un segundo, tenía el aparato frente a sus ojos, y de inmediato todo volvió al estado de infelicidad, ahora, quizás, un poco más fuerte. —No era ella, ¿verdad? —No. —Se siente muy mal, ¿verdad? —Un poco. Levantó su cabeza, echó un vistazo a su alrededor y cambió de rumbo al sur. A los cien metros, dejó a su necia parte oscura afuera de un bar y no salió de ahí hasta asegurarse de que estaría suficientemente borracho para dormir tranquilo. Era miércoles, la misma rutina se había repetido desde el lunes, y seguramente se repetiría mañana.